En ocasiones hemos señalado la
extraordinaria simpleza de las conclusiones de algunos economistas, como
los que establecen que Roma colapsó a causa del socialismo. También hemos
señalado lo falso de alguno de sus cimientos conceptuales, como la conocida
fábula sobre el origen del dinero a partir del trueque, que
con tanto fervor defendió aquí Juan Ramón Rallo, y que se encuentra en la
base de falacias como “la propensión natural del hombre al intercambio” de Adam
Smith, o en la consideración del dinero como una mercancía, uno de los virus
más perniciosos que pueden infectar la mente humana.
Por fortuna no estamos solos en
esta crítica, la tolerancia social hacia los economistas es cada vez menor, y
en la actualidad se pueden leer artículos como La fraudulenta superioridad de los
economistas en medios del mainstream como el diario El País. Pero los
austriacos, a los que hacíamos en el pasado blanco de nuestras críticas, son la
parte “folclórica” de esta historia. Su relevancia es más política que
académica, desplazando hacia el extremo el centro de gravedad del sentido común
de la sociedad. Troleándolos nos podemos echar unas risas, pero no cambiaremos
el mundo, así que ya es hora de dar un paso más en la dirección correcta y
comenzar a denunciar las mismas prácticas de los austriacos en los neoclásicos,
precisamente la escuela o paradigma dominante. Dominante a través de métodos
que no es ni mucho menos exagerado definir como contrarios al debate
científico, pero ese es otro problema que trataremos más adelante.
Para los neoclásicos, el
pensamiento y los modelos más avanzados sobre explotación de recursos naturales
son, como no podía ser de otra manera, los suyos. Recientemente tuvimos una
ocasión única de comprobar los fundamentos de estos modelos, gracias a la
contestación al manifiesto Última Llamada
realizada desde la web Politikon. La contestación se basa en dos argumentos
habituales de la economía neoclásica, el modelo funcional o piramidal de los
recursos y la sustitución entre capital natural y el hecho por el hombre,
merced al progreso tecnológico y a las señales que emiten los precios. Nos
ocuparemos aquí del primero de los argumentos, y espero hablar del segundo en
un futuro, ya que ambos son muy discutibles.
¿Qué es lo que plantea el modelo
funcional de los recursos? De forma simplificada, que la explotación de los
recursos se realiza siguiendo un orden, extrayéndose primero los de mejor
calidad, y que además la abundancia relativa también sigue un orden, siendo los
recursos de mejor calidad escasos, y los de peor calidad muy abundantes. Este
efecto crea una paradoja, según estos “expertos”
de la economía: cuantos más recursos gastamos, más tenemos, aunque puede ser a
costa de un mayor precio. En
palabras de Juan de Ortega (pseudónimo usado por la gente de Politikon
cuando no quieren firmar con su nombre).
Es cierto que las vetas más rarificadas necesiten una cantidad “exponencial de energía” para su extracción (Philips and Edwards, “Metal Prices as a Function of Ore Grade”, Resources Policy, 1976) pero las cantidades alcanzables en cada nivel de rarificación también crecen exponencialmente. La consecuencia económica es que para una tecnología constante, cada punto de incremento porcentual del precio de un mineral tiene un impacto multiplicativo sobre la cantidad obtenible a ese precio. No es el milagro de los panes y los peces: aquí al final la cantidad hay que pagarla.