El trabajo libera, se leía a la entrada del campo |
Aprovechando
el paso de la exposición de Auschwitz por Madrid me ha sido posible
apreciar de primera mano hasta qué punto esa “fábrica de la
muerte” es un producto típico de nuestra civilización. Si la
ideología de la modernidad,
cuya expresión más elocuente debemos a los filósofos de la
ilustración, mostraba una fe absoluta en la “razón” para
solucionar los problemas humanos, hasta el punto de que Condorcet
pensaba que la ciencia lograría
la infinita perfectibilidad de la especie humana
en
Auschwitz esa “razón” se puso manos a la obra para solucionar,
de la forma más racional y científica posible, el “problema”
judío.
Pues,
tal y como narra la exposición, aquello no fue la obra de un loco,
fue la obra de toda una sociedad, que colaboró activamente en el
exterminio sistemático de millones de personas, o en el mejor de los
casos simplemente se mostró indiferente ante lo que estaba pasando.
El
campo de Auschwitz-Birkenau terminó siendo un mastodóntico campo
de exterminio y trabajo forzado. Diariamente llegaban trenes cargados
de personas, que eran seleccionadas en el andén. Una pequeña parte
era seleccionada para trabajar, y se les permitía vivir como
esclavos, en condiciones de extrema dureza. La mayor parte eran
ejecutados de forma científica al llegar y sus cadáveres
incinerados. A otro pequeño grupo, sobre todo gemelos, se les
permitía vivir para servir de cobaya humana en experimentos médicos.
Mientras,
el personal que administraba el campo, cumplía sus funciones sin ser
perturbados por el enorme dolor y sufrimiento diario allí
infringido. Llama la atención como en sus días libres cantaban y se
divertían sin el menor remordimiento.