La sociedad de consumo
capitalista nos presenta el mundo como una gran manzana que engullir,
un conjunto de experiencias episódicas que hay que degustar y
devorar sin pérdida de tiempo, antes que decaiga el brillo de la
novedad. El modelo es el éxito, el objeto es el símbolo y la
experiencia es el premio. La aparente cornucopia de placeres tiene el
efecto contrario al deseado, un individuo infeliz y alienado de sí
mismo, refugiado en la inconsciencia, que puede derrumbarse al menos
traspiés. Sus relaciones afectivas, de existir, serán frágiles y
superficiales. En este entorno adverso, el individuo debe reconstruir
su capacidad de amar para satisfacer plenamente sus necesidades
humanas, proceso en el que ganará autonomía.
Existe una impresión,
que creo está muy generalizada entre la población, de que asistimos
a un deterioro progresivo de las relaciones sociales en los llamados
países desarrollados, impulsado por los cambios en los estilos de
vida que nuestras sociedades han sufrido de forma acelerada en las
últimas décadas. Sin embargo, no es fácil probar esto con datos,
así, en España el
número de hogares de menores de 65 años formado por una sola
persona creció hasta casi triplicarse, un
271%, entre 1991 y 2011, y ha seguido creciendo a buen ritmo desde
ese año. Sin embargo, que las personas vivan solas no tiene
necesariamente que indicar un deterioro de sus relaciones sociales,
aunque sí parece claro que la relación de pareja ya no es para toda
la vida para una parte cada vez mayor de la población. Por otro
lado, cada vez existen más estudios acerca del problema de la
soledad, precisamente por la creciente preocupación en torno a esta
cuestión, pero no disponemos de datos que nos permitan comprobar la
evolución de este sentimiento con el tiempo. El informe La
soledad en España señala que un 7,9% de
la población mayor de edad vive aislada socialmente, de estos un 80%
se sienten solos, pero solo un 60% de los que viven solos por
decisión propia sienten la soledad, y solo un 50% de los que viven
en compañía. El informe cita pistas que estarían denotando un
aumento de la soledad:
Otros indicadores que posiblemente estén dando pistas también del auge de la soledad son el aumento de la tasa de suicidios en España, así como el incremento de enfermedades mentales, ya que en el origen de muchas de ellas estarían estados solitarios previos.
Recordemos que el
suicidio es la principal causa de muerte no natural en España.
Aunque la soledad es un
fenómeno transversal, y uno de los grupos vulnerables son los
jóvenes hasta 30 años, el grueso de los solitarios son mayores, lo
que no resta validez a la argumentación que desarrollo en el
artículo, dado que sentirse solo es sentirse no amado, y ello denota
la escasa capacidad de amar de nuestra sociedad. Al fin y al cabo el
cuidado está evidentemente relacionado con el amor, con preocuparse
y ocuparse activamente por alguien. No es extraño pues que hayan
disminuido drásticamente los nacimientos, salvo en los países que
ofrecen fuertes incentivos económicos para ello, como Francia. En la
actualidad, los hombres, y sobre todo las mujeres que declaran
abiertamente no desear tener hijos reclaman lo
que Zygmunt Bauman denomina, derecho a ser reconocido, es decir, que
se vea su elección como algo completamente normal:
Durante mis años fértiles, he tenido todo el tiempo del mundo para tener hijos. Tuve dos relaciones estables, una de ellas desembocó en un matrimonio que aún continúa. Mi salud era perfecta. Podría habérmelo permitido desde el punto de vista económico. Simplemente, nunca los he querido. Son desordenados; me habrían puesto la casa patas arriba. Son desagradecidos. Me habrían robado buena parte del tiempo que necesito para escribir libros.
Junto a este grupo,
también reclaman su derecho a ser reconocidos los
que se definen como asexuales. No seré yo
quien se lo niegue, la libertad de elección, la igualdad y el
derecho a una vida digna están por encima de cualquier
consideración. Lo que intentaré será exponer los condicionantes
sociales que hay detrás de todo este conjunto de fenómenos, que
evidentemente los hay, solo podemos explicar la menor duración de la
relación de pareja a través cambios sociales, como también solo
podemos explicar de esta forma que el porcentaje de población que se
declara asexual sea
muy distinto en Japón que en los países occidentales:
una encuesta de la Asociación de Planificación Familiar de Japón (APFJ) mostró que 45% de las mujeres entre 16 a 24 años no estaba interesadas, o incluso rechazaban, cualquier contacto sexual
Nuestro punto de partida
será por tanto la frase atribuida a Jean Paul Sartre “Cada
hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”
¿Y qué es lo que hicieron de nosotros? Hicieron que nuestra
característica más definitoria sea la de consumidores, y ello tiene
profundas implicaciones que
ya explicamos, recordemos las fundamentales,
según Zygmunt
Bauman en su obra Vida de consumo:
“Consumir” significa invertir en la propia pertenencia a la sociedad, lo que en una sociedad de consumidores se traduce como “ser vendible”, adquirir las cualidades que el mercado demanda o reconvertir las que ya se tienen en productos de demanda futura. La mayor parte de los productos de consumo en oferta en el mercado deben su atractivo, su poder de reclutar compradores, a su valor como inversión, ya sea cierto o adjudicado, explícito o solapado. El material informativo de todos los productos promete –en letra grande, chica, o entre líneas- aumentar el atractivo y valor de mercado de sus compradores, incluso aquellos productos que son adquiridos casi exclusivamente por el disfrute de consumirlos. Consumir es invertir en todo aquello que hace al “valor social” y la autoestima individuales.
El propósito crucial y decisivo del consumo en una sociedad de consumidores (aunque pocas veces se diga con todas las letras y casi nunca se debata públicamente) no es satisfacer necesidades, deseos o apetitos, sino convertir y reconvertir al consumidor en producto, elevar el estatus de los consumidores al de bienes de cambio vendibles.