jueves, 22 de noviembre de 2018

Deconstruyendo Auschwitz: las raíces de nuestro afán destructivo

El trabajo libera, se leía a la entrada del campo

Aprovechando el paso de la exposición de Auschwitz por Madrid me ha sido posible apreciar de primera mano hasta qué punto esa “fábrica de la muerte” es un producto típico de nuestra civilización. Si la ideología de la modernidad, cuya expresión más elocuente debemos a los filósofos de la ilustración, mostraba una fe absoluta en la “razón” para solucionar los problemas humanos, hasta el punto de que Condorcet pensaba que la ciencia lograría

la infinita perfectibilidad de la especie humana
  
en Auschwitz esa “razón” se puso manos a la obra para solucionar, de la forma más racional y científica posible, el “problema” judío.

Pues, tal y como narra la exposición, aquello no fue la obra de un loco, fue la obra de toda una sociedad, que colaboró activamente en el exterminio sistemático de millones de personas, o en el mejor de los casos simplemente se mostró indiferente ante lo que estaba pasando.


El campo de Auschwitz-Birkenau terminó siendo un mastodóntico campo de exterminio y trabajo forzado. Diariamente llegaban trenes cargados de personas, que eran seleccionadas en el andén. Una pequeña parte era seleccionada para trabajar, y se les permitía vivir como esclavos, en condiciones de extrema dureza. La mayor parte eran ejecutados de forma científica al llegar y sus cadáveres incinerados. A otro pequeño grupo, sobre todo gemelos, se les permitía vivir para servir de cobaya humana en experimentos médicos.


Mientras, el personal que administraba el campo, cumplía sus funciones sin ser perturbados por el enorme dolor y sufrimiento diario allí infringido. Llama la atención como en sus días libres cantaban y se divertían sin el menor remordimiento.