jueves, 15 de diciembre de 2016

Kim Kardashian, epítome del nuevo capitalismo

A comienzos del siglo XXI, reducida a la mínima expresión las “alternativas” socialistas, así como las comunidades indígenas “atrasadas”, y aprovechado cada rincón del globo susceptible de ser utilizado en una actividad económica rentable, el capitalismo continúa su expansión, extendiendo la lógica de la mercancía a ámbitos donde no hubiésemos soñado ver al mercado en acción.



Estamos acostumbrados a pensar de forma dicotómica en el estado y el mercado como entidades opuestas y contrarias que condicionan nuestro comportamiento. Este reduccionismo pasa por alto el hecho usual de que los grupos de seres humanos son capaces de autoorganizarse sin la intervención de agentes externos, o que los seres humanos actúan movidos por sus propios valores, y no solo en cumplimiento de normas jurídicas o buscando un incentivo económico.

En efecto, en este sentido, Victor Turner habla de la communitas, en su libro El proceso ritual: estructura y antiestructura

Es como si hubiese aquí dos “modelos” principales de interrelaciones humanas yuxtapuestos y alternantes. El primero es el de la sociedad como sistema estructurado, diferenciado y a menudo jerárquico de posiciones político-legal-económicas. […] El segundo […] es el de la sociedad como una communitas desestructurada, rudimentariamente estructurada o relativamente indiferenciada, una comunidad o incluso una comunión igualitaria de individuos que se someten juntos a la autoridad ritual de sus mayores.

Por su parte el economista Kenneth E. Boulding en su obra Las tres caras del poder, en la que trata de explorar y analizar la naturaleza del poder, dividía este en tres categorías, el poder amenazador, que se usa sobre todo en el mundo de la política y estaría relacionado con la capacidad de destruir, el poder económico, relacionado con la capacidad de producir e intercambiar, y el poder integrador, relacionado con la capacidad de crear relaciones de respeto, amor, legitimidad y amistad. Lo más destacable de su análisis es que concluía que sin duda el poder por excelencia era el poder integrador, ya que poco puede conseguir el poder amenazador o económico si carece de legitimidad.