Con
la llegada de Trump a la Casa Blanca Europa ha perdido un apoyo clave, y muy
necesario, para salir de los problemas en los que se ha metido. Mientras se
tratan de mantener los discursos huecos de progreso, modernidad y fraternidad
que quedaron en evidencia con la crisis, aislada del mundo, continúa por una
vía muerta hacia un triste e inevitable final.
Como ya comentamos en una entrada
anterior, el ya antiguo fracaso en las negociaciones de la
Organización Mundial de Comercio (en gran medida provocado por la Unión
Europea), la propia evolución del volumen del comercio internacional, y sobre
todo los datos de transacciones financieras entre estados nos muestran que el
mundo está retrocediendo en su integración económica. Parece que la
globalización termina, y deja tras de sí un mundo fragmentado, como ya ocurriera en
el pasado.
Con gran celeridad y un poco de
improviso hemos visto cómo se nos trata de transmitir una imagen de este nuevo
mundo como dividido entre dos facciones, por un lado el “populismo” y por el
otro el resto, es decir, el statu quo, aquellos que se atribuyen la sensatez y
la racionalidad, y que podemos denominar “globalistas” o también
“neoliberales”. Los que como yo, no nos sentimos identificados con ninguna de
estas posiciones nos encontramos en un lugar incómodo, criticar a los
populistas nos pone de parte de los globalistas, los auténticos responsables de
la situación, pero si no lo hacemos podría parecer que sentimos simpatía hacia
el “populismo”, lo cual no es cierto.
Lo primero que habría que aclarar es
qué es esto del “populismo”, y mi opinión es que es una etiqueta peyorativa
para desprestigiar algo, porque en realidad todos los líderes, partidos y
ciudadanos englobados bajo esa etiqueta podrían ser definidos mucho mejor como nacionalistas.
Hace ahora tres años ya anticipé que el mundo tendía a
polarizarse entre nacionalistas y globalistas, y pedí evitar
estas dos opciones, pero por desgracia de momento no se atisba en el horizonte
ninguna alternativa.
Se ha exagerado mucho la xenofobia
que dicen sentir los votantes que han dado la espalda al sistema. En realidad,
como ya se indicó en este artículo de Thomas Frank para The
Guardian y traducido por El Diario, los datos muestran que los votantes de Trump están más preocupados
por el libre comercio que por la inmigración. Sí, la preocupación por la
inmigración existe, pero está en tercer lugar. Tampoco es cierto que la clave
de bóveda que explica el surgimiento de los mal llamados populismos sea la
retórica acerca de un grupo purificador que emerge desde el exterior del
sistema político y que por tanto se ha mantenido puro frente a la corrupción de
los de dentro y sería capaz de reformar el sistema. Es cierto que esta retórica
se emplea, incluso puede ser central en el éxito de partidos minoritarios como
Podemos en España, pero no es la preocupación principal de los votantes de
Trump o del Brexit.
El elemento central de ese mal
llamado populismo es el nacionalismo, un nacionalismo que de momento no es
especialmente virulento ni conflictivo (aunque me temo que el fenómeno irá a
más), es esencialmente económico. Por eso Le Pen ha sido incapaz de derrotar a
Macron en Francia, porque el europeísmo todavía supera al nacionalismo en ese
país. Cuestión muy distinta es Italia donde el apoyo a la Unión Europea alcanza
solo el 15%, y que pasará por las urnas entre septiembre de este año y mediados
de 2018. Ese sí podría ser un auténtico escollo político para la UE.
La reacción nacionalista, todavía
débil, se ha originado como consecuencia del fanatismo e inmovilismo absoluto
del bando contrario. En su origen, la globalización podía ser tan solo una estrategia de un grupo de empresarios
para desmontar el movimiento obrero, pero posteriormente se
la revistió de un barniz humanista y modernizador, y sobre todo, se afirmó que
era inevitable, por lo tanto todo aquel que alzase la voz en contra sería
descalificado como un ignorante o un malvado. Según el economista Dani Rodrick, en su libro La Paradoja de la Globalización:
Han atribuido cada obstáculo en el camino a la ignorancia o, aún peor, a la presión interesada de los proteccionistas de todo tipo. No han prestado suficiente atención al legítimo enfrentamiento entre valores e ideales agravado por la búsqueda obsesiva de la globalización. Han pasado por alto la conexión entre los mercados que funcionan bien y la acción decidida del Estado.
El peor crimen que se puede cometer
en la modernidad es oponerse al progreso. Ello cerró la puerta a una
globalización razonable, la globalización inteligente:
Y ahí se encuentra la paradoja última de la globalización. Una delgada capa de reglas internacionales que deje un amplio espacio de maniobra a los gobiernos nacionales es una globalización mejor. Permite hacer frente a los males de la globalización mientras conserva sus enormes bondades económicas. Necesitamos una globalización inteligente no una globalización máxima.
Y fue alimentando un descontento
sordo, hasta que la reacción nacionalista le dotó de voz. Se alimentó una
ideología falaz que muestra a los estados y los mercados como opuestos, cuando
es evidente que son complementarios. Si tal y como mostró Karl Polanyi,
históricamente los poderes soberanos han tenido una importancia crucial en
potenciar los mercados, ello no es una casualidad. Desde la economía
institucionalista nos han enseñado que el comercio requiere de instituciones
sociales basadas en la confianza, la ética o el arbitraje de terceros. Las dos
primeras funcionan bien dentro de cierto ámbito limitado, la confianza exige el
conocimiento mutuo. Es el arbitraje de terceros el que ha propiciado el
surgimiento de mercados de gran magnitud, habiendo sido hasta el momento el
estado el árbitro. Y esa, señala Rodrick, es la paradoja, los estados que hacen
disminuir los costes de transacción dentro de su territorio, los aumentan de
cara al comercio internacional. La respuesta que se ha dado a esta paradoja ha
sido crear unos mercados internacionales sin apenas gobernanza y hacer que los
estados se supediten a ellos:
A diferencia de los mercados nacionales, que suelen contar con el apoyo de instituciones políticas y reguladoras nacionales, los mercados globales están “débilmente integrados”. No existe una autoridad global en defensa de la competencia, ni una entidad crediticia global de último recurso, ni una agencia reguladora global, ni una red de seguridad global y, por supuesto, no existe democracia global. En otras palabras, los mercados globales sufren una gobernanza débil y, por tanto, son propensos a la inestabilidad, a la ineficiencia y a una débil legitimidad popular.
El resultado no puede ser más
coherente con las apreciaciones de Rodrick, la débil legitimidad popular de los mercados internacionales ha
propulsado a Trump en el interior del país, donde esta cuestión se ha
convertido en la preocupación principal de los votantes, tal y como muestran
los datos que ya hemos comentado.
En nuestra anterior entrada
explorábamos dos ideas que toman la mente por asalto cuando uno comienza a
pensar en esta situación. Finalizábamos hablando de la extrañeza de restringir el
flujo de mercancías y no hacer lo propio con el de capitales. En realidad, como
ya hemos señalado en otra ocasión, desde el comienzo de la crisis financiera se
ha incrementado de forma notable el “Home Bias”, el “sesgo nacional”
evidentemente por la ausencia de
esas instituciones públicas comunes que permitan reducir los costes de
transacción, un prestamista de última instancia internacional, un fondo de
garantía conjunto, etc. A pesar de la reducción de significativa de las
transacciones, es de prever que estos mercados de capital continúen siendo una
fuente muy potente de inestabilidad. Llama la atención que no se alcen más
voces pidiendo el retorno de los controles de capital, aunque sea la suave Tasa Tobin, y
ello se debe por un lado a la fuerte influencia del sector financiero en el mundo de la política, y por
otro a que la renta financiera fluye de la periferia
al centro, y por tanto interesa a los países centrales
mantener ese flujo.
La otra idea principal era que la
intención de la administración Trump de llevar la balanza comercial de los
Estados Unidos al equilibrio tendría consecuencias negativas para la economía
mundial. Seguíamos las ideas del economista griego Yanis Varoufakis, que en su
libro El Minotauro Global afirmaba que el déficit comercial de EEUU actuaba
como mecanismo informal de reciclaje de excedentes de la economía mundial. Sin
una forma de reciclar los excedentes, estos deben disminuir, y en consecuencia
resentirse la producción.
Hay que señalar que esto no es
debido a la utilización de aranceles, aunque la economía convencional pueda
señalar que siempre se producen ganancias del libre comercio, por la teoría de
la ventaja comparativa, pero siempre que se cumplan un importante número de
suposiciones, que en la práctica no se cumplen nunca. En el mundo real lo que
se ha observado es que en la época del consenso de Bretton Woods, cuando las
restricciones a las políticas nacionales industriales eran menores (el GATT, un
antecesor de la OMC era muy laxo) y se utilizaban ampliamente los aranceles,
las naciones en vías de desarrollo (al igual que las desarrolladas)
consiguieron un crecimiento más robusto.
Primero, la economía mundial ha logrado niveles sin precedentes de crecimiento desde la Segunda Guerra Mundial. No hay nada en la historia que se le parezca -ni la Revolución Industrial, ni la época de la globalización del siglo XIX-. Segundo, los índices de crecimiento logrados durante el primer cuarto de siglo, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, aún no se han igualado. la economía mundial creció aproximadamente al 3% anual per cápita entre 1950 y 1973, casi el triple de la tasa anterior a la década de 1930 y el doble de la tasa desde finales de la década de 1970. El crecimiento de la economía después de 1990 parece muy bueno desde esta perspectiva histórica, pero se queda corto frente a lo ocurrido durante el periodo de Bretton Woods. La economía mundial, sencillamente, no ha funcionado tan bien durante la época de la globalización financiera como con Bretton Woods.[…] Con todo, el resultado global de la ISI (Industrialización por Sustitución de Importaciones) fue bastante impresionante. Brasil, México, Turquía y otros muchos países en vías de desarrollo de Latinoamérica, Oriente Próximo y África, experimentaron tasas de crecimiento económico más rápido que en cualquier otro momento de su historia económica. Latinoamérica creció a una tasa media anual superior al 2,5% per cápita entre 1945 y los primeros años de la década de 1980 -una tasa que excede con mucho la registrada por esta región desde 1990 (1,9%)-. Después de la independencia, en el África subsahariana dos docenas de países también crecieron con bastante rapidez hasta mediados-finales de la década de 1970.
Por otro lado, países que han
logrado un notable desarrollo, sacando a muchos millones de la pobreza, en la
etapa de la globalización, lo han hecho sin seguir las reglas y utilizando
aranceles para el conjunto de su economía y creando zonas especiales libres de
ellos destinadas a albergar empresas orientadas a la exportación.
China se abrió muy gradualmente, y sus reformas significativas fueron detrás de su crecimiento (en exportaciones e ingresos totales) al menos durante una década, si no más. Los monopolios comerciales del Estado se desmantelaron relativamente pronto (a partir de la década de 1970), sustituidos por un conjunto de complejo de y muy restrictivo de aranceles, barreras no arancelarias, y licencias que restringían las importaciones. Estas no se relajaron sustancialmente hasta comienzos de la década de 1990.Los dirigentes chinos se resistieron al consejo convencional de que abrieran su economía, porque eliminar las barreras a las importaciones habría obligado a muchas empresas públicas a cerrar sin haber dado tiempo a nuevas inversiones en actividades industriales. El empleo y el crecimiento económico se habrían resentido y la estabilidad social habría resultado amenazada. Los chinos decidieron experimentar con mecanismos alternativos que no presionaran en exceso las estructuras industriales existentes. En particular, confiaron en las zonas económicas especiales para generar exportaciones y atraer inversiones extranjeras. Las empresas de estas zonas operaban bajo reglas diferentes a las aplicadas en el resto del país; tenían acceso a unas mejores infraestructuras y podían importar materias primas y otros factores de producción. libres de impuestos. Las zonas económicas especiales generaban suficientes incentivos para las inversiones orientadas a la exportación sin que sufrieran las empresas públicas.
Es de sentido común que en un
sistema complejo una medida como la imposición de aranceles puede desencadenar
una serie de efectos de difícil previsión que finalmente redunden en un mayor
nivel de producción. Así lo explico notablemente Nicholas Kaldor en los años
80. Partiendo de la teoría clásica de Ricardo de la ventaja comparativa,
explicaba por qué en presencia de rendimientos decrecientes o crecientes
(economías de escala) un país podía ver su nivel de producción y bienestar
reducido por el libre comercio. El economista británico de origen húngaro se
fijaba en el célebre ejemplo de Ricardo sobre la producción de vino y
manufacturas de lana entre Reino y Portugal, señalando como en presencia de
rendimientos decrecientes, por ejemplo la escasez de tierra para cultivar vino,
el empleo desplazado por el comercio de las manufacturas de lana, más baratas
en Gran Bretaña, no podría ser empleado para producir vino, por lo que el
comercio llevaría a Portugal a un menor nivel de producción y empleo. Esto,
señalan algunos historiadores, es lo que realmente ocurrió en Portugal al abrirse
al comercio con reino Unido en el siglo XVIII.
Lo mismo ocurre en el caso, muy
habitual, de que existan economías de escala, y con tantas otras imperfecciones
que generalmente no se consideran en los modelos. En definitiva, existen
infinidad de factores reales que llevan al resultado que estamos acostumbrados
a ver en la realidad, desequilibrios comerciales crónicos, que persisten a lo
largo de los años a pesar de las variaciones en los tipos de cambio, salarios,
etc.
…[…] un país no está “constreñido por su balanza de pagos” si las importaciones con pleno empleo, M*, son menores que su capacidad de importar M̅ (determinada por sus ganancias de las exportaciones). Ese país es libre de elegir el nivel de demanda interna que considera óptimo para sus circunstancias particulares, mientras que los países para los cuales M* > M̅, deben, bajo condiciones de libre comercio, reducir su producción y empleo por debajo del nivel de pleno empleo, e importar solo lo que pueden permitirse financiar. […] la suma de las importaciones de los países “no constreñidos” determina el nivel de producción y empleo de los países “constreñidos”, y el remedio para esta situación requiere medidas que incrementen el nivel de importaciones o reduzcan las exportaciones de los países “no constreñidos”. Las reglas del juego que pueden asegurar el crecimiento y la estabilidad en el comercio internacional, y restaurar la producción de los países “constreñidos” a niveles de pleno empleo, pueden requerir medidas discriminatorias de control de importaciones del tipo que estaban previstas en los acuerdos de Bretton Woods.En ausencia de esas medidas todos los países sufrirán un crecimiento más lento y un nivel de empleo y producción más bajo, y no sólo el grupo de países cuya actividad económica está “constreñida por la balanza de pagos”. Esto es porque las exportaciones de los países superavitarios serán menores con la contracción del comercio mundial, y esto no puede ser compensado (o no suficientemente) por medidas domésticas de estímulo y por tanto sus importaciones serán también menores. Es previsible que regulaciones de las importaciones relacionadas con la propensión a importar (por ejemplo, la relación entre producción nacional y las importaciones) y no con el nivel absoluto de importaciones como tal, aumenten el comercio, producción y empleo de los países “constreñidos” lo que implicará que el volumen de las exportaciones e ingreso nacional de los países “no constreñidos” será también mayor, a pesar de la reducción en su cuota de exportación a nivel mundial.
Como veis, una serie de acuerdos
favorables para levantar de forma paulatina unos aranceles razonables podrían
aliviar la presión que sufre la economía por otras causas, los recursos, especialmente la energía, y
el cambio climático, o de forma más general, el deterioro de los servicios
medioambientales gratuitos que prestaba hasta ahora la biosfera.
Sin embargo esto no es probable, se elevan voces airadas pronunciando palabras
malsonantes: “proteccionismo”. La “globalización inteligente” de Dani Rodrick
no parece tener cabida, y cualquier movimiento minúsculo para deshacer los
errores del pasado se considera una afrenta insoportable.
En esas condiciones los resultados
no serán buenos, como adelantamos en el artículo anterior, y aunque es
imposible predecirlo con exactitud, parece razonable prever que los que Kaldor
llamaba “países no constreñidos”, más dependientes de la demanda exterior,
tengan más problemas.
Recientemente fue portada en los
diarios la tensión entre Trump y Angela Merkel:
"Tenemos un déficit comercial masivo con Alemania, además de que pagan mucho menos de lo que deberían a la OTAN y lo militar. Muy malo para Estados Unidos. Esto cambiará"
Dijo Trump. Algo que no pilló por
sorpresa a los que yo habíamos leído el programa económico de Peter Navarro
(flamante nuevo asistente de Trump, Director de Comercio y Política Industrial
y del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca) para la campaña de Donald
Trump, en el que se afirma:
Un problema similar existe a causa de la Unión Monetaria Europea. Mientras el euro flota libremente en los mercados internacionales de divisas, este sistema devalua la divisa alemana de donde debería estar si todavía existiese el marco alemán.En la práctica, la debilidad de las economías del sur de Europa de la Unión Monetaria Europea mantiene al euro a un tipo de cambio inferior al que tendría el marco alemán. Esta es la razón principal por la que los Estados Unidos tienen un gran déficit en mercancías con Alemania -75.000 millones en 2015- incluso aunque los salarios alemanes son relativamente altos.
El postureo mediático europeísta
quita hierro al asunto, lo achaca todo a la descomunal soberbia de Trump,
omitiendo siempre el contexto. Se intenta proyectar una imagen de Europa
fuerte, unida y dispuesta a asumir el liderazgo. Tras la reunión del G7 Merkel
cultivo la agnotología con estas
palabras:
"Los tiempos en los que nos podíamos fiar completamente de los otros en parte han terminado. Así lo experimenté los últimos días. Y por ello solo puedo decir: nosotros los europeos debemos tener nuestro destino en nuestras manos."
Y pocos días después seguía haciéndolo al reunirse con el
primer ministro chino:
"China se ha convertido en un socio estratégico más importante. Vivimos en tiempos de inseguridad global y vemos que tenemos la responsabilidad de expandir nuestra alianza en todas las áreas e impulsar un orden mundial basado en la ley"
Lo cierto es que una alianza
eurochina sería más probable con un Trump en Europa que con Angela Merkel, y es
que parece inviable que esta alianza se fundamente en el libre comercio. Como
se ve los principales países europeos presentan un abultado déficit con China.
Un tratado de libre comercio no
haría más agrandarlo, si bien si miramos ese déficit en porcentaje del PIB, hay
diferencias significativas, el de Alemania es más reducido, de apenas medio
punto, mientras que en España llega al 1,75% del PIB.
Otro país destacado es Grecia cuyo
déficit comercial con China alcanza el 1,4% del PIB.
Parece difícil que el
fundamentalismo ideológico en Alemania sea tan extremo como para seguir
estrechando lazos comerciales con China, porque si bien se podrían introducir
clausulas concretas en los acuerdos para mejorar su posición, sería
evidentemente muy dañino para muchos países de Europa. Alemania tendrá que
reducir su superávit comercial con EEUU y aceptarlo de buen grado, porque
cualquier tipo de contramedida agravará la situación, en una Europa cuyos
desequilibrios financieros, de cuya magnitud es un excelente síntoma el balance en el sistema de pagos Target II, como explicamos en esta entrada, continúan sin moderarse.
Italia y Alemania han superado ya la
posición, deudora y acreedora respectivamente, que alcanzaron en los peores
tiempos de la crisis del euro, y España está cerca. En esta situación es
difícil imaginar una retirada de estímulos del BCE, en una Europa que acaba de
liquidar un banco presuntamente sólido hasta hace unos días, según nos habían
indicado los tecnócratas del BCE, y mantiene serios problemas bancarios en
Italia y también en Alemania.
Todo
esto augura un negro futuro para la Unión, que a corto plazo continúa sin
solventar la crisis del euro, que se verá dañada por las políticas de Trump,
sin posibilidad de hacer nada al respecto, y que a largo plazo tendrá que afrontar
la explosión demográfica en África y el agotamiento de unos recursos
energéticos y minerales de los que ya carece dentro de su territorio. “¡Que siga la fiesta!” parecen
decir los que se benefician del tinglado europeísta. Cuando toque pagar ya se verá.
como echaba de menos tus artículos. Entiendo que ya es cuestión de poco tiempo la aceptación de aranceles en EEUU o la eliminación de los aranceles EU a productos EEUU... un vuelco total de la UE hacia Rusia, como proveedor de energía y destino de exportaciones ¿podría cubrir un golpe así? tendría efectos significativos?
ResponderEliminarHola Jose,
EliminarTodavía no, en materia de comercio exterior a la administración Trump sí se la ve ágil, sin interferencias de jueces o cámaras de representantes. El TTP está muerto, y el NAFTA tendrá que renegociarse. Con Alemania entiendo que buscarán reforzar y crear nuevas barreras no arancelarias, si hay confrontación entonces subirán los aranceles.
Rusia es potente a nivel militar, es un actor relevante, pero no puede sustituir a EEUU como destino de las exportaciones de la UE, salvo que haya un cambio radical en la relación de cambio materias primas/manufacturas, cambio que no se adivina, porque provocaría otra recesión.
Saludos, gracias por el feedback
Está muy bien explicado, gracias, lo del populismo lo llevo diciendo lo mismo hace tiempo , pero parece ser que no lo ven así o simplemente lo demonizan y le aplican teorías de despiste, estilo troll. O las dos cosas . A veces incluso me llevaba a pensar que debido a que si se de algo es de historia , estaba deformado . En lo económico, además se ha formado un bloque ruso asiático los que algunos ya mencionan como el G8 asiático encabezados por China, Pakistán e India y otros . La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).En términos económicos, los miembros de la OCS aportan más del 30% al Producto Bruto Interno (PBI) del mundo. Y además con potencia nuclear . Con un control sobre el 60% del territorio de Eurasia (600 millones de kilómetros cuadrados),.. o sea que la hegemonía europea lo tiene crudo. ¿ qué piensas de ello?..
ResponderEliminarSaludos cordiales
LDMuras.
Buenas LDMuras,
EliminarPienso lo mismo que tú. Uno no sabe si es que se lo creen, o es que son inconscientes. Tendrían que desandar lo andado, reducir la integración económica, dar mayor peso a la política nacional en lo económico y volcarse en la cooperación tanto interna de Europa como con África y olvidarse de jugar a la geopolítica de los imperios, que no hay músculo ni económico ni militar para ello. En lugar de eso prefieren seguir manteniendo las mismas fantasías, engañando a la población dando una imagen de solvencia irreal, presionando las fronteras de Rusia… mal camino.
Un saludo,
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