miércoles, 1 de junio de 2016

Bienvivir, bienamar

La sociedad de consumo capitalista nos presenta el mundo como una gran manzana que engullir, un conjunto de experiencias episódicas que hay que degustar y devorar sin pérdida de tiempo, antes que decaiga el brillo de la novedad. El modelo es el éxito, el objeto es el símbolo y la experiencia es el premio. La aparente cornucopia de placeres tiene el efecto contrario al deseado, un individuo infeliz y alienado de sí mismo, refugiado en la inconsciencia, que puede derrumbarse al menos traspiés. Sus relaciones afectivas, de existir, serán frágiles y superficiales. En este entorno adverso, el individuo debe reconstruir su capacidad de amar para satisfacer plenamente sus necesidades humanas, proceso en el que ganará autonomía.



Existe una impresión, que creo está muy generalizada entre la población, de que asistimos a un deterioro progresivo de las relaciones sociales en los llamados países desarrollados, impulsado por los cambios en los estilos de vida que nuestras sociedades han sufrido de forma acelerada en las últimas décadas. Sin embargo, no es fácil probar esto con datos, así, en España el número de hogares de menores de 65 años formado por una sola persona creció hasta casi triplicarse, un 271%, entre 1991 y 2011, y ha seguido creciendo a buen ritmo desde ese año. Sin embargo, que las personas vivan solas no tiene necesariamente que indicar un deterioro de sus relaciones sociales, aunque sí parece claro que la relación de pareja ya no es para toda la vida para una parte cada vez mayor de la población. Por otro lado, cada vez existen más estudios acerca del problema de la soledad, precisamente por la creciente preocupación en torno a esta cuestión, pero no disponemos de datos que nos permitan comprobar la evolución de este sentimiento con el tiempo. El informe La soledad en España señala que un 7,9% de la población mayor de edad vive aislada socialmente, de estos un 80% se sienten solos, pero solo un 60% de los que viven solos por decisión propia sienten la soledad, y solo un 50% de los que viven en compañía. El informe cita pistas que estarían denotando un aumento de la soledad:

Otros indicadores que posiblemente estén dando pistas también del auge de la soledad son el aumento de la tasa de suicidios en España, así como el incremento de enfermedades mentales, ya que en el origen de muchas de ellas estarían estados solitarios previos.


Aunque la soledad es un fenómeno transversal, y uno de los grupos vulnerables son los jóvenes hasta 30 años, el grueso de los solitarios son mayores, lo que no resta validez a la argumentación que desarrollo en el artículo, dado que sentirse solo es sentirse no amado, y ello denota la escasa capacidad de amar de nuestra sociedad. Al fin y al cabo el cuidado está evidentemente relacionado con el amor, con preocuparse y ocuparse activamente por alguien. No es extraño pues que hayan disminuido drásticamente los nacimientos, salvo en los países que ofrecen fuertes incentivos económicos para ello, como Francia. En la actualidad, los hombres, y sobre todo las mujeres que declaran abiertamente no desear tener hijos reclaman lo que Zygmunt Bauman denomina, derecho a ser reconocido, es decir, que se vea su elección como algo completamente normal:

Durante mis años fértiles, he tenido todo el tiempo del mundo para tener hijos. Tuve dos relaciones estables, una de ellas desembocó en un matrimonio que aún continúa. Mi salud era perfecta. Podría habérmelo permitido desde el punto de vista económico. Simplemente, nunca los he querido. Son desordenados; me habrían puesto la casa patas arriba. Son desagradecidos. Me habrían robado buena parte del tiempo que necesito para escribir libros.

Junto a este grupo, también reclaman su derecho a ser reconocidos los que se definen como asexuales. No seré yo quien se lo niegue, la libertad de elección, la igualdad y el derecho a una vida digna están por encima de cualquier consideración. Lo que intentaré será exponer los condicionantes sociales que hay detrás de todo este conjunto de fenómenos, que evidentemente los hay, solo podemos explicar la menor duración de la relación de pareja a través cambios sociales, como también solo podemos explicar de esta forma que el porcentaje de población que se declara asexual sea muy distinto en Japón que en los países occidentales:

una encuesta de la Asociación de Planificación Familiar de Japón (APFJ) mostró que 45% de las mujeres entre 16 a 24 años no estaba interesadas, o incluso rechazaban, cualquier contacto sexual

Nuestro punto de partida será por tanto la frase atribuida a Jean Paul Sartre “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él” ¿Y qué es lo que hicieron de nosotros? Hicieron que nuestra característica más definitoria sea la de consumidores, y ello tiene profundas implicaciones que ya explicamos, recordemos las fundamentales, según Zygmunt Bauman en su obra Vida de consumo:

“Consumir” significa invertir en la propia pertenencia a la sociedad, lo que en una sociedad de consumidores se traduce como “ser vendible”, adquirir las cualidades que el mercado demanda o reconvertir las que ya se tienen en productos de demanda futura. La mayor parte de los productos de consumo en oferta en el mercado deben su atractivo, su poder de reclutar compradores, a su valor como inversión, ya sea cierto o adjudicado, explícito o solapado. El material informativo de todos los productos promete –en letra grande, chica, o entre líneas- aumentar el atractivo y valor de mercado de sus compradores, incluso aquellos productos que son adquiridos casi exclusivamente por el disfrute de consumirlos. Consumir es invertir en todo aquello que hace al “valor social” y la autoestima individuales.
El propósito crucial y decisivo del consumo en una sociedad de consumidores (aunque pocas veces se diga con todas las letras y casi nunca se debata públicamente) no es satisfacer necesidades, deseos o apetitos, sino convertir y reconvertir al consumidor en producto, elevar el estatus de los consumidores al de bienes de cambio vendibles.
En la sociedad de consumo nos vemos a nosotros mismos como un producto en un mercado, pensamos en nuestras particularidades físicas, las habilidades y conocimientos que adquirimos o los productos que usamos, y su marca, como características que nos dan un valor de cara a establecer una relación con los demás. Y valoramos de la misma forma al resto de personas. El éxito es el modelo, en el sentido de ser un producto atractivo. Las relaciones amorosas no son una excepción a la regla, y esto ya lo percibió Erich Fromm tan pronto como en 1956, antes incluso del surgimiento de la sociedad de consumo. En su libro El arte de amar señala:

Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente de una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. “Atractivo” significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de personalidad. […] De cualquier manera, la sensación de enamorarse solo se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Quiero hacer un buen negocio; el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio.

El modelo es el éxito, y el objeto es el símbolo, aunque en realidad no sea más que un medio, una forma de mediar las relaciones humanas.


La acumulación de experiencias, junto con la adquisición de objetos de consumo, es la forma de “capitalizarse”, adquirir un valor de cara a los otros, invertir en uno mismo. Es la forma de posicionarse en el mercado de la personalidad donde los futuros amantes se validan intersubjetivamente y esperan realizar un buen intercambio, encontrar un compañero de igual o mayor valor de cambio que ellos mismos.

No es difícil observar que esto es problemático de cara a las relaciones humanas, si concebimos nuestras relaciones en función del coste y beneficio, como una transacción ¿qué pasa cuando un miembro de la pareja percibe que su valor en el mercado ha subido, por ejemplo por un ascenso, nuevas habilidades, envejecer mejor que su pareja? El intercambio ya no le resultará provechoso, en consecuencia buscará otro, romperá su relación y buscará otra que se adecue mejor a su valor de mercado.

Incluso los medios a través de los cuales intentamos adquirir “valor de mercado” pueden convertirse en un fin en sí mismos, y hacer todavía más frágil la relación ¿Que ocurre cuando descubrimos que nuestras experiencias no están a la altura de la publicidad?

Por el contrario, cuando el capitalismo o las redes sociales nos pintan un universo maravilloso, en el que todo está al alcance de nuestra Visa, en el que todos sonríen, van de fiesta, ganan premios, publican libros o celebran multitudinarios cumpleaños; la otra cara de la moneda nos envía el subliminal mensaje de que si no estás en la lista de invitados, eres un mierda. Y con el sexo pasa exactamente lo mismo, últimamente las expectativas de la vida sexual son tan altas que nos han vuelto desdichados, losers, eyaculadores precoces, demandantes de cirugías plásticas vaginales o alargamientos de pene, aspirantes a utilizar técnicas que ni las geishas más experimentadas dominan, catadores profesionales de prácticas sexuales en busca de aquella que “si sea para tanto”

¿No buscaremos nuevas experiencias? ¿Alguien que nos permita adquirir más “capital”?

Cuando percibimos que nuestras relaciones se basan en el equilibrio entre coste y beneficio, que son frágiles, tomamos precauciones al respecto, intentamos no “invertir” demasiado en ellas, estar preparados para disolverlas de forma rápida y poco traumática. Volviendo a Bauman en su libro Amor líquido:

Por supuesto, una relación es una inversión como cualquier otra, ¿y a quién se le ocurriría exigir un juramento de lealtad a las acciones que acaba de comprarle al agente de bolsa? ¿Jurar que será semper fidelis, en las buenas y en las malas en la riqueza y en la pobreza, “hasta que la muerte nos separe”? ¿No mirar nunca hacia otro lado, donde (¿quién sabe?) otros premios nos esperan?

Nos esperan otros premios, pero no necesariamente la felicidad.

Comprometerse con una relación que “no significa nada a largo plazo” (¡y de esto son conscientes ambas partes!) es una espada de doble filo. Eso deja librado a su cálculo y decisión la posesión o el abandono de la inversión, pero no hay motivo para suponer que su pareja, si lo desea, no ejercerá a discreción el mismo derecho, y que no estará libre para hacerlo a él o a ella se le antoje. La conciencia de ese hecho aumenta aún más su inseguridad.

La vorágine consumista tiene una cara siniestra, la necesidad de estimular constantemente el deseo, lo cual se consigue devaluando la experiencia anterior, citando otra vez a Bauman en Vida de consumo:

Muchas de los millones de mujeres que en este momento arrojan a la basura el maquillaje beige para llenar sus bolsos de colores intensos probablemente dirán que arrojar el beige a la basura es un efecto secundario de la renovación y el progreso del maquillaje y un sacrificio triste pero necesario que hay que hacer en aras del progreso. Pero algunos de los miles de gerentes que ordenan el reaprovisionamiento de los centros comerciales probablemente admitirán, en un momento de franqueza, que colmar los estantes de cosméticos de colores intensos surgió de la necesidad de acotar la vida útil de los beiges, y así mantener activo el tránsito en los depósitos, la economía en movimiento, y las ganancias en ascenso. ¿Acaso el PIB, índice oficial del bienestar de la nación, no se mide según la cantidad de dinero que cambia de manos? ¿Acaso el crecimiento económico no está impulsado por la energía y actividad de los consumidores? Y el consumidor que no es activo para deshacerse de las posesiones gastadas y obsoletas (de hecho, de lo que haya quedado de las compras de ayer) es un oxímoron…como un viento que no sopla o un río que no fluye. […]
Lo que mantiene con vida a la economía de consumo y al consumismo es el menoscabo y la minimización de las necesidades de ayer y la ridiculización de sus objetos, ahora passés, y más aún el descrédito de la idea misma de que la vida de consumo debería regirse por la satisfacción de las necesidades. El maquillaje beige, que la temporada pasada era un signo de audacia, ahora no sólo es un color pasado de moda sino también aburrido y feo, y más aún, un estigma vergonzoso y una marca de ignorancia, indolencia, ineptitud o flagrante inferioridad, y el acto que poco tiempo atrás solía indicar rebelión, audacia y“estar a la delantera del pelotón de la moda” se convierte rápidamente en síntoma de pereza o cobardía (“Eso no es maquillaje, es una capa de yeso”), una señal de haberse quedado atrás, incluso tal vez haberse quedado afuera…

Ni siquiera de la acumulación de experiencias, o capital personal, podemos esperar gran cosa. Como ya señaló Aldous Huxley en su ensayo Se busca un placer nuevo, a pesar de la fiebre de nuestra sociedad por los inventos, no hay señales de que estos inventores deseosos de aumentar los dígitos en su cuenta corriente sean capaces de inventar una experiencia nueva que no haya acompañado a la humanidad a lo largo de toda su historia.

Vivimos en la época de los inventos pero los descubridores profesionales han sido incapaces de idear alguna forma totalmente nueva de entretenimiento placentero, capaz de estimular nuestros sentimientos y de evocar reacciones emocionalmente agradables [...] precisamente por el hecho de ser las máquinas modernas, no se desprende de esa condición que el entretenimiento que reproducen y difunden también lo sea. En modo alguno. Todas esas máquinas nuevas tan sólo hacen que sea accesible para un público más numeroso el drama, la pantomima y la música que desde tiempo inmemorial han servido para entretener el ocio de la humanidad.

La argumentación que hemos desarrollado posiblemente no sea capaz de captar más que la superficie del problema. Las fuerzas que hemos descrito terminan produciendo un individuo singular, ensimismado, pero superficial. Quizás el término que mejor lo defina sea narcisista. El narcisista no destaca por su empatía, ve a los demás como instrumentos para sus fines, una actitud incompatible con el amor. Ello no es óbice para que interiormente exista el deseo de amor, sublimado. Volviendo a citar a Fromm:

No obstante el profundo deseo de amor, casi todo lo demás tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos objetivos y muy poca a aprender el arte de amor.

El amor y la felicidad están por tanto bajo sospecha, no parece que la nuestra sea una sociedad donde sea sencillo alcanzarlos. Es un problema que en gran parte tiene un origen social, por consiguiente la mejor forma de atajarlo sería socialmente ¿cómo? Tendríamos que pensar en una sociedad menos individualista y que al mismo tiempo permita el desarrollo auténtico de las potencialidades individuales, dado que en el presente el individualismo es un decorado detrás del cual se esconden individuos idénticos, que actúan y piensan de la misma forma y se diferencias en pequeños detalles sobre sus hábitos de consumo. Nadie sabe cómo puede ser esa sociedad, aunque desde Autonomía y Bienvivir hemos lanzado una hipótesis. En lo que sigue trataré de alumbrar, tímidamente, una respuesta adaptativa, individual, no podemos vivir de espaldas a nuestra sociedad, a lo que el resto considera bueno o aceptable. La respuesta individual, siendo limitada, no puede evitar ser disruptiva. Amar, en una sociedad en la que esto es raro, puede inducir cambios que vayan más allá de lo que podemos predecir. Nadar contra la corriente no deja de ser disruptivo, aunque se trate de una gota en un océano, si más gente siguiendo nuestro ejemplo se lanza ¿quién sabe si todos juntos serán capaces de cambiar el sentido en el que fluye el agua? No hay alternativas, solo intentarlo.

Erich Fromm realiza una reflexión sobre el problema del amor en nuestra sociedad en su libro, ya citado, El arte de amar. Su concepción es muy sugerente y estimulante, aunque no está exenta de problemas, y presenta ciertos puntos de conexión con la filosofía tradicional budista de Thich Nhat Hanh que ya comentamos en este blog. A pesar de ello, creo sin duda que es útil. No nos da grandes respuestas, pero nos muestra un camino por el que comenzar a transitar, algunas ideas que podemos utilizar para comenzar a construir nuestro amor, y que creo que son válidas, aunque en ocasiones añadiré elementos de mi propia cosecha.

Porque según Fromm, y esto es muy original, el término construir es apropiado. El problema de amar no es el problema de encontrar un objeto, alguien a quién amar, sino el de algo que hacer, un arte, como la pintura, la música o la carpintería. Algo que tenemos que practicar, hasta conseguir dominarlo.

Lo primero que llama la atención es la contraposición con el concepto de necesidad. Tal y como hemos comentado en otras entradas del blog, al hablar de las necesidades humanas, tenemos necesidad de afecto.


En concreto, siguiendo la clasificación establecida por Abraham Maslow, el ser humano tiene necesidad sociales o de afiliación, entre ellas el afecto, y por consiguiente el amor. Tenemos la necesidad de ser queridos, esto es indudable, pero tal y como nos advierte Thich Nhat Hanh amar no es satisfacer una necesidad propia.

La soledad no puede ser disipada por la actividad sexual. No te puedes curar por medio de la actividad sexual. Tienes que aprender a estar cómodo contigo mismo y a centrarte en tu interior. Una vez que tengas un camino espiritual tendrás un hogar. Una vez que puedas afrontar tus emociones y manejar las dificultades de tu vida diaria, tendrás algo que ofrecer a la otra persona. La otra persona tiene que hacer lo mismo. Las dos personas tienen que curarse a sí mismas para sentirse cómodas; entonces cada uno puede convertirse en un hogar para la otra. De otro modo, todo lo que compartimos en la intimidad física es nuestra soledad y nuestro sufrimiento.
Todo ser humano quiere amar y ser amado. Esto es muy natural. Pero con frecuencia amor, deseo, necesidad y miedo están completamente mezclados. Hay muchas canciones con las palabras "te quiero, te necesito". Esas palabras implican que amar y desear son lo mismo, y que la otra persona está ahí solo para satisfacer nuestras necesidades.

Debe haber algo más que simplemente satisfacer una necesidad, debe haber algo que se conceda de forma genuinamente altruista, dado que en caso contrario estaríamos instrumentalizando al otro, y por tanto cayendo en el narcisismo. Para amar, primero habrá que forjar un espíritu independiente (no dependiente), aprender a caminar sin muletas, escuchar el propio discurso interior frente a los mandatos culturales y aprender a vivir con lo que nos rodea (con lo que nos falta, si es que falta el afecto de un hijo, padre, amigo, pareja), para poder escapar de ese narcisismo, propio o en pareja, que como nos advierte Fromm es el estado más común en nuestra sociedad.

La situación en lo que atañe al amor corresponde, inevitablemente, al carácter social del hombre moderno. Los autómatas no pueden amar, pueden intercambiar su "bagaje de personalidad" y confiar en que la transacción sea equitativa. Una de las expresiones más significativas del amor, y en especial del matrimonio con esa estructura enajenada, es la idea del "equipo". En innumerables artículos sobre el matrimonio feliz, el ideal descrito es el de un equipo que funciona sin dificultades. Tal descripción no difiere demasiado de la idea de un empleado que trabaja sin inconvenientes; debe ser "razonablemente independiente", cooperativo, tolerante, y al mismo tiempo ambicioso y agresivo. Así, el consejero matrimonial nos dice que el marido debe "comprender" a su mujer y ayudarla. Debe comentar favorablemente su nuevo vestido, y un plato sabroso. Ella, a su vez, debe mostrarse comprensiva. Ella, a su vez, debe mostrarse comprensiva cuando él llega a su hogar fatigado y de mal humor, debe escuchar atentamente sus comentarios sobre sus problemas en el trabajo, no debe mostrarse enojada sino comprensiva cuando él olvida su cumpleaños. Ese tipo de relaciones no significa otra cosa que una relación bien aceitada entre dos personas que siguen siendo extrañas toda su vida, que nunca logran una "relación central", sino que se tratan con cortesía y se esfuerzan por hacer que el otro se sienta mejor.
En ese concepto del amor y el matrimonio, lo más importante es encontrar un refugio de la sensación de soledad que, de otro modo, sería intolerable. En el "amor" se encuentra, al fin, un remedio para la soledad. Se establece una alianza de dos contra el mundo, y se confunde ese egoismo à deux con amor e intimidad.

En la concepción de Fromm no es solamente que el problema del amor no sea el de encontrar un objeto al que amar, en su concepción el objeto amado pierde toda importancia, llegando a explicar de esta forma los matrimonios acordados, un concepto que choca con nuestra idea cultural del amor romántico.

El amor erótico si es amor, tiene una premisa. Amar desde la esencia del ser -y vivivenciar a la otra persona en la esencia de su ser-. En esencia, todos los seres humanos somos idénticos. Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así, no debería importar a quién amamos. El amor debe ser esencialmente un acto de la voluntad, de decisión de dedicar toda nuestra vida a la de otra persona. Ése es, sin duda, el razonamiento que sustenta la idea de la indisolubilidad del matrimonio, así como las muchas formas de matrimonio tradicional, en las que ninguna de las partes elige a la otra, sino que alguien las elige por ellas, a pesar de lo cual se espera que se amen mutuamente. En la cultura occidental contemporánea, tal idea parece totalmente falsa. Se supone que el amor es el resultado de una reacción espontánea y emocional, de la súbita aparición de un sentimiento irresistible. De acuerdo con ese criterio, sólo se consideran las peculiaridades de los dos individuos implicados -y no el hecho de que todos los hombres son parte de Adán y todas las mujeres parte de Eva-. Se pasa así por alto un importante factor del amor erótico, el de la voluntad. Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso -es una decisión, es un juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no implica juicio y decisión?

Este concepto de la voluntad coincide con observaciones que he podido realizar a lo largo de mi vida, pudiendo comprobar cómo se ponía en práctica en numerosas ocasiones, aunque no es habitual reconocerlo, porque se espera que el amor surja de forma espontánea. En cualquier caso Fromm abre al final una pequeña puerta en la que admite la singularidad del objeto en el amor erótico.

Debemos amar a todos los seres humanos, o al menos a todos los que no comprometan nuestra dignidad o la de nuestros semejantes, pero me inclino a pensar que conviene encontrarle un sentido adicional al objeto de nuestro amor, especialmente si se trata del amor romántico (frente al amor fraternal, materno, paterno, religioso). Como el sentido de la vida de cada uno, creo que es algo que debe buscar uno mismo de forma personal. A mí me gusta la que expone el personaje de Jack Nicholson en la película Mejor… imposible




El amor, como reconoce Fromm, implica conocimiento, propio y del resto de personas

Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos comunes a todas las formas de amor: Estos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

Y en ese proceso de conocer íntimamente y en profundidad podemos mejorarnos, al entrar en contacto con el núcleo y la esencia de personas que poseen cualidades que admiramos. En la película el personaje de Nicholson admira precisamente la bondad del personaje de Helen Hunt, que se deriva precisamente de su capacidad de amar. Creo que en el caso del amor romántico, es bueno no fijarse en las características del posible objeto de nuestro amor desde el punto de vista del mercado de la personalidad, es decir, según el mandato cultural que valora determinadas características según el canón inconsciente de la sociedad de consumo (éxito, ser atractivo, una buena carrera profesional, tener amigos, haber tenido tal o cual experiencia), en su lugar podemos fijarnos en personas que tengan cualidades que admiramos. Esto cuadra bien con la idea del amor de Fromm, que se basa en el dar:

Sin embargo, la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él -da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio.

Será difícil, tan sólo hay que pensar en cómo nos bombardean con estereotipos sobre objetos sexuales deseables y prácticas y experiencias sexuales. Requerirá esfuerzo, disciplina y dedicación librarse de esos prejuicios que hemos, usando la jerga del psicoanálisis, introyectado. Es recomendable no frustrarse, perseverar y tener paciencia.

Esto nos lleva a la parte que puede resultarnos más útil de la obra Fromm, en la que nos habla de las cualidades que debemos trabajar para desarrollar el arte de amar. Como habréis podido comprobar en estas breves líneas Fromm nos interpela de forma profunda y que puede resultar dura, su apelación al altruismo, el conocimiento hondo de uno mismo y de nuestros seres amados, superando o al menos reconociendo los mandatos culturales introyectados, el respecto por el otro que implica negarse a la tutela o dominación y permitir su desarrollo tal cual es su naturaleza, aceptando las diferencias con la nuestra, renunciando a instrumentalizar a los otros para nuestros fines (por no hablar de la parte más metafísica, cuando apela la conexión con el centro del ser de otra persona); todo ello es raro en nuestra cultura y supone iniciar un proceso de perfeccionamiento que se tendrá que continuar toda la vida ¿Estamos dispuestos a intentarlo? En ese caso conviene tener en cuenta las consideraciones que realiza Fromm.

Dominar un arte cualquiera requiere, en primer lugar, que el dominio de ese arte sea de suprema importancia, que nos preocupemos de ello, en caso contrario, no pasaremos de meros aficionados. Junto a la preocupación señala tres atributos imprescindibles para el aprendizaje de cualquier arte la disciplina, la concentración y la paciencia. Ninguno de estos atributos es abundante en la sociedad moderna.

Un tercer factor es la paciencia. Repetimos que quién haya tratado alguna vez de dominar un arte sabe que la paciencia es necesaria para lograr cualquier cosa. Si aspiramos a obtener resultados rápidos, nunca aprenderemos un arte. Para el hombre moderno, sin embargo, es tan difícil practicar la paciencia como la disciplina y la concentración. Todo nuestro sistema industrial alienta precisamente lo contrario: la rapidez [...] El hombre moderno piensa que pierde algo -tiempo- cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana -salvo matarlo.

Nos encontramos en la necesidad de adquirir unas habilidades en condiciones adversas, cuando nuestra cultura conspira contra nosotros, lo lógico será que intentemos practicarlas no solo en el amor, sino en el conjunto de nuestra vida.

Un último punto se debe señalar con respecto a las condiciones generales para aprender un arte. No se empieza por aprender el arte directamente, sino de forma indirecta, por así decirlo. Se debe aprender un gran número de otras cosas que suelen no tener aparentemente ninguna relación con él, antes de comenzar con el arte mismo. Un aprendiz de carpintería comienza aprendiendo a cepillar madera; un aprendiz del arte de tocar el piano comienza por practicar escalas; un aprendiz del arte Zen de la ballestería empieza haciendo ejercicios respiratorios. Si se aspira a ser un maestro en cualquier arte toda la vida debe estar dedicada a él o, por lo menos, relacionada con él. La propia persona se convierte en instrumento en la práctica del arte, y se debe mantener en buenas condiciones, según las funciones específicas que deba realizar. En lo que respecta al arte de amar, ello significa que quién aspire a convertirse en un maestro debe comenzar por practicar la disciplina, la concentración y la paciencia a través de todas las fases de su vida.

No suena muy atractivo, en lugar de dejarnos llevar por el éxtasis de la emoción, o del sexo, adquirir el hábito de ser disciplinados, dedicar un determinado tiempo al día a estar con nosotros mismos (caminar, hacer deporte, leer, etc), no permitirse la evasión (con videojuegos, bebida, películas, novelas policiacas) salvo dentro de ciertos límites. Trabajar la concentración estando solos con nosotros mismos, observándonos, meditando y adquirir el hábito de poner toda nuestra atención cuando hacemos algo, sea hablar o escuchar música, estar aquí y ahora en el momento presente, evitar ensoñaciones, evitar malas compañías de gente insensible, inconsciente o apática. De toda esta colección de hábitos a desarrollar yo destacaría lo que Fromm denomina hacerse sensible a uno mismo.

Similarmente, cabe ser sensible con respecto a uno mismo. Tener conciencia, por ejemplo, de una sensación de cansancio o depresión, y en lugar de entregarse a ella y aumentarla por medio de pensamientos deprimentes que siempre están a mano, preguntarse "¿qué ocurre?". "¿Por qué estoy deprimido?" Lo mismo sucede al observar que uno está irritado o enojado, o con tendencia a los ensueños u otras actividades escapistas. En cada uno de esos casos, lo que importa es tener conciencia de ellos y no racionalizarlos en las mil formas en que es factible hacerlo; además estar atentos a nuestra voz interior, que nos dice -por lo general inmediatamente- por qué estamos angustiados, deprimidos, irritados.

Junto a estas virtudes, que Fromm indica que debemos practicar para dominar cualquier arte, y que yo añadiría que nos pueden ser muy útiles para cualquier cosa que queramos desarrollar en la vida, ya sea nuestra profesión o la organización de un evento, encontramos otras que son específicas del arte de amar. La principal es superar el narcisismo.

De acuerdo con lo dicho sobre la naturaleza del amor, la condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo. En la orientación narcisista se experimenta como real solo lo que existe en nuestro interior, mientras que los fenómenos del mundo exterior carecen de realidad de por sí y se experimentan solo desde el punto de vista de su utilidad o peligro para uno mismo. El polo opuesto del narcisismo es la objetividad; es la capacidad de ver a la gente y las cosas tal como son, objetivamente, y poder separar esa imagen objetiva de la imagen formada por los propios deseos y temores. […] La facultad de pensar objetivamente es la razón; la actitud emocional que corresponde a la razón es la humildad. Ser objetivo, utilizar la propia razón, solo es posible si se ha alcanzado una actitud de humildad, si se ha emergido de los sueños de omnisciencia y omnipotencia de la infancia.

Tarea que no parece nada sencilla. El narcisismo tiene mucha relación con el individualismo, y ya hemos discutido en otras ocasiones la tendencia natural de nuestra sociedad hacia el individualismo, según se incrementa la complejidad, y también las presiones ideológicas que inducen el individualismo en nosotros. La humildad es por definición la virtud más denigrada en un sistema que exalta el éxito, y ser capaz de pensar que los demás tienen realidad propia y no están ahí por la función que cumplen en nuestras vidas no es fácil cuando nos dicen que tenemos que seguir el propio interés y ya después la mano invisible ajustará las cuentas para que el resultado sea óptimo para todos. La academia también conspira en nuestra contra, aunque los hechos desmientan sus teorías.

Junto a la superación del narcisismo aparece como otra cualidad necesaria la fe.

La capacidad de amar [...] depende de nuestra capacidad de crecer, de desarrollar una orientación productiva en nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos. Tal proceso de emergencia, de nacimiento, de despertar, necesita de una cualidad como condición necesaria: fe. La práctica del arte de amar requiere fe.

Fe racional, la fe del científico que antes de someter a prueba sus teorías desarrolla una visión racional del asunto como resultado de considerables estudios previos, observación y reflexión. La palabra fe que utiliza Fromm, despojada de su sentido religioso, sería la confianza. Una confianza a prueba de bombas en nuestras capacidades y en las de los demás (confianza racional aquí quiere decir no una confianza ciega, sino confianza en que la esencia de una persona, su núcleo, si la hemos conocido con la debida profundidad, no va a cambiar), y confianza en la humanidad (quizás la parte más difícil, reconozco mi escepticismo al respecto, aunque también que la única alternativa es actuar como si tuviésemos esa confianza).

Por último Fromm señala la actividad como característica que también es necesario practicar. Disciplina, concentración, paciencia, superar el narcisismo, fe y actividad, son las cualidades que debemos trabajar en nosotros mismos para ir mejorando en el arte de amar. Una solución individual a un problema social.

el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal que solo el no conformista puede defenderse de ella con éxito. Los que se preocupan seriamente por el amor como única respuesta racional al problema de la existencia humana deben, entonces, llegar a la conclusión de que para que el amor se convierta en un fenómeno social y no en una excepción individualista y marginal, nuestra estructura social necesita cambios importantes y radicales.

Pero que es la que de momento está a nuestro alcance. Construir nuestra capacidad de amar es también construir nuestra independencia, aprender a caminar sin muletas, dejar de lado la egolatría y los mandatos culturales que nos hablan del éxito, en suma, nuestra autonomía, y cuantos más individuos sean autónomos, más sencillo será construir una sociedad autónoma.

6 comentarios :

  1. Sinceramente, nunca he creído en la validez universal del amor romántico que comienza con el famoso flechazo.
    Al menos desde mi experiencia personal, antes de enamorarme de la mujer con la que estoy ahora, coincidí con ella en varias partes y poco a poco nos fuimos conociendo y seduciendo mutualmente. No llegamos a manifestar nuestros sentimientos abiertamente y a lo grande hasta después de 2 años largos.
    Hay otra idea en el mito del amor convencional, según la cual el estar enamorado consiste en idealizar a la pareja como un ser angelical...luego viene la resaca de tal "droga" con sus efectos un tanto decepcionantes.
    Pues de nuevo, personalmente lo mío con esta mujer es diferente. Será el amor friki...porque cuando me sentí realmente atraído por ella fue una ocasión que la encontré bebida y me dijo algunas cosas desagradables (descubrí que la amaba a pesar de sus vicios y defectos). En parte somos parecidos de carácter y en parte no.
    En el tema sexual, ha habido de todo, pero como no pretendemos imitar las películas porno lo pasamos muy bien por lo general.
    El problema es que quien busca príncipes azules y mirlos blancos acabará como quien pretenda cabalgar sobre unicornios voladores: decepcionado con "lo que hay", con los seres humanos reales.
    Si aceptamos los defectos propios (intentando mejorarlos en la medida de lo posible) podremos hacer lo mismo con los defectos de la pareja.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Buenas Spanish fly,

      Habría que desterrar el adjetivo "romántico". En realidad el romanticismo es parte del pensamiento moderno, origen del capitalismo, con su culto a la “experiencia”, “la emotividad”, “la vivencia” es evidentemente enemigo del amor maduro. Lo que resume el post es que el amor es una actitud, una forma de ser, una forma de vivir, si quieres resumirlo en una línea.

      Bueno, lo que comentas del ser angelical tiene mucho que ver con el enamoramiento y el cortejo. En el cortejo nos mostramos como seres ideales, luego hay que pasar a la realidad, eso es lo profundo y lo bonito porque es cuando estás cerca de la otra persona tal cual es, sin embargo en muchos casos no se puede pasar de la fase de enamoramiento, e incluso se buscan fórmulas para prolongarla, como compartir solo los ratos de ocio, por ejemplo. En realidad, como dice Fromm, la intensidad de esa sensación es proporcional al sentimiento de soledad anterior.

      Aceptar esos defectos puede ser parte de superar nuestra mentalidad narcisista, en la que vemos a la otra persona según la función que cumple en nuestras vidas, y por lo tanto, según nuestro ideal, el mandato cultural que nos introyecta la sociedad (el éxito). Según ese mandato, y según nuestra visión todopoderosa de nosotros mismo, nuestra pareja tiene que ser una diosa. Si vieses un whatsapp que me envió una mujer fliparías.

      Saludos y gracias por reflejar tu experiencia

      Eliminar
  2. Hola, interesante el artículo. Como dice se debe ser proactivo para "liberarse" en la medida de lo posible, de lo que nos impone el entorno actual. En mi caso tengo problemas graves con las ensoñaciones, me cuesta mucho dejarlas por lo agradables que llegan a ser.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Francisco,

      Las ensoñaciones son un síntoma, yo también las tengo, es un síntoma claro de que hay un ideal, el problema es contrastarlo con la realidad, en algunos casos. Y en general el problema más profundo es que ese ideal no es nuestro, no es nuestro discurso, sino que está impuesto culturalmente.

      Sigue trabajando para ser autónomo ;-)

      Eliminar
  3. Jesús eres mi Numen en esta forma de transmisión, muchos leídos en unas horas y con ganas de más, pero la gran libertad horaria me retrasa el punto final, asique un marcador 📑,con "frase a mano" desde el 2012: LA VERDADERA BELLEZA RESIDE EN LA NATURALEZA DE tuconciencia, y con mucha PazCiencia hasta Amanecer.
    Cada noche vendrá una estrella a hacerme compañía...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Estefanía por tu apoyo,

      También aceptamos críticas constructivas ;-), pero es importante para mi.

      Abrazo

      Eliminar