martes, 9 de septiembre de 2014

La utopía de la inclusión: 2. La solución



En la primera parte de este artículo realizamos una breve descripción de uno de los problemas centrales de nuestra sociedad: el problema de la inclusión. En nuestra sociedad no existe el derecho a participar en los costes y beneficios de la producción, quedando esta condicionada a la demanda de empresas y agentes, y de forma indirecta al crecimiento económico.

Es complicado polemizar una realidad tan sólidamente sedimentada en nuestros hábitos y en nuestro día a día, hasta el punto que pocos se atreverían a cuestionar lo que puede llegar a parecer el orden natural de las cosas. Nada más lejos de la realidad, tal y como mostramos, si bien el trabajo siempre acompañó al hombre en su relación con el medio natural y en la búsqueda de su sustento, la creación del mercado de trabajo es un suceso histórico, nada natural, más bien al contrario, el resultado de una gran coacción. Otras sociedades, en el pasado, institucionalizaron el derecho a la inclusión, tradicionalmente a través de los bienes comunes, y lo hicieron porque es tanto racional como sostenible.

El problema no es sólo todo el sufrimiento que provoca la exclusión, imposibilitando la satisfacción de necesidades humanas básicas, sino que la solución indirecta a este problema, a través del crecimiento económico, se ha convertido en un móvil en sí mismo. De esta forma, problemas ficticios como producir más bienes en un mundo con abundancia de bienes, se convierten en centrales, por sus consecuencias sobre el bienestar de las personas. Es así como entramos en una lógica perversa, según la cual no se pueden resolver los problemas reales, como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, o el agotamiento de materias primas, puesto que están condicionados por problemas ficticios. El problema no se puede resolver, puesto que está mal planteado, necesitamos replantear el problema. Es preciso entender que la economía está para servir al ser humano y no el ser humano para servir a la economía.

martes, 19 de agosto de 2014

Consideraciones críticas y elogiosas sobre la Teoría Monetaria Moderna



Aprovechando el parón veraniego que se produce en Internet, voy a meterme “en camisa de once varas”, con unas consideraciones críticas, aunque también elogiosas, acerca de la Teoría Monetaria Moderna. No me cabe duda que la postura post-keynesiana, que por ejemplo defiende Juan Laborda en VozPopuli, es la más lúcida de las que tienen eco mediático, si bien hay posturas mejores, como la economía ecológica, que no tienen eco ninguno.

Los post-keynesianos son los principales defensores de la teoría del dinero endógeno, que sostiene que es la demanda de crédito de los agentes de la economía la que determina la cantidad de dinero, y no el banco central. Recientemente esta postura ha cobrado mayor relevancia de cara a la opinión pública, merced a un documento publicado por el Banco de Inglaterra en el que se podía leer “En situaciones normales (tradúzcase por: cuando no hay una crisis), el banco central no fija la cantidad de dinero en circulación, ni el dinero del banco central “es multiplicado” en más préstamos y depósitos”

¿Cuál es la relevancia de esta afirmación? Los despistados ciudadanos poco a poco vamos tomando conciencia de que los bancos crean dinero, en sentido amplio, al realizar sus préstamos. Usualmente se suponía que esto seguía el proceso conocido como “reserva fraccionaria”, es decir, los bancos creaban créditos por importe superior a las reservas de las que disponían ¿Reservas de qué? De dinero bueno, de base monetaria, que crean los bancos centrales, que originalmente era la deuda del Rey, aunque por una lamentable confusión durante un tiempo se confundió con el oro. Los bancos lo que harían sería multiplicar estas reservas un cierto número de veces. Lo que nos dice el Banco de Inglaterra, sin embargo, es que esto no es así. Los bancos crearían crédito según la demanda del mismo, y el banco central iría detrás, creando reservas para cuadrar las cuentas. El multiplicador monetario es un mito.

miércoles, 25 de junio de 2014

Ni globalización ni nacionalismo: Internacionalización


Estamos viviendo un auge inusitado del nacionalismo, que en algunos casos se está materializando en el ascenso de partidos “antisistema”, como el Frente Nacional en Francia o UKIP en Reino Unido, en otros en forma de movimientos secesionistas, como los de Cataluña, Escocia o las regiones pro-rusas de Ucrania, y por último, también se manifiesta en forma de restricciones a la entrada de extranjeros. Incluso extranjeros del llamado primer mundo, como los españoles, pueden ver su entrada restringida en Suiza, junto con la del resto de europeos (de momento han empezado con los croatas), o son expulsados de Bélgica sin demasiados miramientos, simplemente por no disponer de empleo, aun después de años de residencia.

El auge del nacionalismo no es contradictorio, ni mucho menos, con el proceso globalizador, más bien parecen estar relacionados, y ser las dos caras de la misma moneda. Aunque el nacionalismo y la globalización se nos presentan como principios opuestos y excluyentes, como dos opciones entre las que habría que elegir, bien se podría argumentar que en realidad están estrechamente vinculados: el nacionalismo parece surgir como consecuencia de la globalización. La razón, obvia, es que la globalización es el intento de establecer una reglas fijas y universales para las relaciones económicas entre naciones, en definitiva, un racionalismo económico al que quedaría supeditada la soberanía nacional. Citando a Herman Daly

La globalización, considerada por muchos como la ola inevitable del futuro, se confunde a menudo con internacionalización pero es, de hecho, algo totalmente diferente. La internacionalización se refiere al incremento de la importancia del comercio internacional, las relaciones internacionales, tratados, alianzas, etc. Inter-nacional, por supuesto, significa entre naciones. La unidad básica continúa siendo la nación, aun cuando las relaciones entre naciones sean cada vez más necesarias e importantes. La globalización se refiere a la integración económica global de muchas antiguas economías nacionales convertidas en una economía global, principalmente por el libre comercio y la libre circulación de capitales, pero también mediante una migración fácil o, incontrolada. Es la efectiva erosión de las fronteras nacionales por motivos económicos. Lo que era internacional deviene interregional. Lo que era gobernado por la ventaja comparativa ahora es dictado por la ventaja absoluta. Lo que era muchos se convierte en uno. La misma palabra “integración” deriva de “entero”, significa uno, completo o, todo. Integración es el acto de combinar en un todo. Debido a que debe haber un todo, una sola unidad con referencia a la cual las partes se integran, se sigue que la integración económica global implica lógicamente la desintegración económica nacional. Por des-integración no quiero decir que la dotación industrial de cada país es aniquilada, sino que sus partes son arrancadas de su contexto nacional (des-integradas), para ser re-integradas en un nuevo todo, la economía globalizada. Como dice el refrán, para hacer una tortilla tienes que romper algunos huevos. La desintegración del huevo nacional es necesaria para integrarlo en la tortilla global.

jueves, 5 de junio de 2014

La utopía de la inclusión: 1. El problema


No hay como volver la vista atrás para valorar las tendencias que sigue el mundo, de forma lenta pero hasta ahora claramente definida. En 1999, en la llamada batalla de Seattle, conocimos la existencia de los antisistema, que nos dijeron debíamos valorar como un anacronismo, un sedimento del pasado, radicales que no aceptaban de buen grado que habíamos, por fin, alcanzado el fin de la historia. Una década y media después, el grupo de antisistema sigue engordando a derecha e izquierda, y de repente recordamos que la política y la sociedad no son un mero apéndice de lo único importante: la economía.

En estos años hemos sido sacudidos por una crisis económica descomunal, de proporciones desconocidas hasta ahora ¿verdad? Según datos del Banco Mundial nuestro PIB por habitante ha pasado de 26.927 dólares en 2007 a 24.817 dólares en 2012, a precios constantes. Hemos perdido casi un 8% de muestra renta media, volviendo  a la que teníamos en 2002. Sin embargo en ese año se decía que “España va bien”, y hoy por el contrario nadie se atrevería a afirmar semejante cosa.

¿Por qué estamos tan mal ahora con el ingreso promedio que hace una década no nos parecía para nada inadecuado? Aceptando que había cierta dosis de demagogia en la afirmación de que las cosas iban bien, hay que reconocer que no existía la sensación de drama nacional que ahora percibimos por doquier. La respuesta a esta aparente paradoja es sencilla, se trata de la desigualdad. Según Thomas Piketty, autor del libro de moda, si la distribución del ingreso es tremendamente desigual, lo es todavía más la riqueza. Dado que usamos riqueza (tierra, edificios, dinero, máquinas) para producir aquello que necesitamos para sobrevivir y para el disfrute de la vida, el que esta esté acaparada en unas pocas manos plantea un problema enorme, poniendo en riesgo la propia supervivencia de la sociedad y de la mayoría de sus individuos. El mercado de trabajo es la institución encargada de solventar esta dificultad. A través del empleo conseguimos el ingreso que nos permite sobrevivir y disfrutar de la vida.

lunes, 26 de mayo de 2014

La insostenibilidad de los sistemas de precios


Tras debatir con algún panglossiano sobre los sistemas de precios, me aparto un poco de la línea que tenía trazada para realizar un breve artículo sobre esta cuestión, que es tan sólo un corolario de la exposición realizada en De la mirada del broker a la del astronauta: causas profundas de nuestra crisis económica, pero corolario que creo puede tener cierto interés, dada la enorme confusión que existe al respecto.

Incluso aquellos que son críticos con la idea del crecimiento ilimitado, asumen que un sistema de precios puede contribuir de forma significativa a la sostenibilidad. Asumen por tanto el argumento de los economistas, que fue expresado de la siguiente forma por Paul Samuelson:

La omisión fundamental en los modelos de Meadows y Forrester es la escasa atención que en ellos se presta al efecto de la escasez sobre el precio y el uso. En el mundo real, cuando los recursos comienzan a escasear y los cuellos de botella del aprovisionamiento comienzan a lentificar las tasas de crecimiento, como ocurre en la simulación de Forrester, los precios concretos suben.

Lo primero que se podría alegar ante esto es ¿y qué? ¿Qué implica que suba el precio? Lo que está implícito en este razonamiento es que la señal de la subida del precio nos da los incentivos adecuados para encontrar una solución. Los economistas se creen esto a pies juntillas, y sin embargo, como es obvio, aun teniendo los incentivos adecuados podemos ser incapaces de encontrar las soluciones adecuadas, el futuro no está escrito, y nadie nos garantiza encontrar soluciones a todos los problemas, y mucho menos en el plazo que a nosotros nos resulta conveniente, entre otras cosas porque puede haber problemas sin solución. Esto se suele obviar y se echa una manta metafísica sobre la cuestión, al final la idea de progreso funciona de forma similar a la idea de Dios.

miércoles, 7 de mayo de 2014

El insostenible crecimiento de la economía española


Hace un par de años, dejando a un lado problemas más profundos de índole estructural, pusimos nombre a los males más inmediatos y urgentes que aquejaban la economía española; sufríamos lo que en la jerga económica y financiera vienen llamando desde que comenzó la globalización un “Sudden Stop”, que definíamos de la siguiente forma:

Un ajuste del déficit por cuenta corriente provocado por el exterior. Hablando claro, como país nadie nos presta un penique, necesitamos esa financiación, y como no la tenemos, está cayendo la demanda interna, el consumo, la inversión, el empleo y los salarios. 
Es un proceso que se viene repitiendo en muchos países desde los años 80, una crisis típica de la época de la libertad de movimiento de capital: Suecia, Noruega, Finlandia, México, Tailandia, Indonesia, Malasia, Filipinas, Corea, Rusia, Brasil, Argentina, Turquía, son algunos ejemplos.


Hay tres razones fundamentales para que exista esta crisis de liquidez y la deuda española sea cara:  
a) La situación del sistema financiero, que le impide captar pasivo con el que dar crédito, tanto al estado como a toda la economía. 
b) El riesgo de ruptura del euro, que ha provocado un auténtico “bank run” en la eurozona. Eso hace que el pasivo del sistema financiero español no sólo no crezca sino que disminuya. 
Y por último 
c) El balance del país, público y privado, con un desequilibrio exterior muy grande y por tanto muy apalancado sobre la deuda externa.

Diagnóstico que resultó, aunque esté mal que yo lo diga, bastante certero. España se había comprometido con Europa a atajar el problema del sector financiero, el primero de los mencionados en esa lista, y tras firmar las condiciones de un paquete de ayuda, y por encima de todo, formarse un nuevo gobierno en Grecia que garantizaba el cumplimiento de las obligaciones financieras del país heleno, el BCE se decidió por fin a actuar. Mario Draghi afirmó aquello de que haría “lo que fuese necesario, para salvar el euro”, y el segundo problema de la lista se desvaneció, con resultados espectaculares. Desde esa fecha, las condiciones de financiación mejoraron de forma paulatina, pero vigorosa, lo cual parece indicar que nuestro análisis era acertado.

miércoles, 9 de abril de 2014

De la mirada del broker a la del astronauta. Causas profundas de nuestra crisis económica.


Necesitamos historias para explicar el mundo. Sin narraciones, sin atribuir un valor y contenido simbólico a nuestras obras, no sabríamos cómo actuar. Entendemos el dolor de Hamlet, cuando su madre se casa con el hermano de su padre, un mes después de la muerte de este, pero no por ello podemos definirlo como “natural”, más bien al contrario, está condicionado por nuestras narraciones sobre el mundo. Para muestra, este diálogo acerca de la obra de Shakespeare entre una antropóloga y un grupo de indígenas:

«En nuestro país el hijo sucede al padre. Pero en este caso, fue el hermano menor del jefe muerto el que se había convertido en jefe, y además se había casado con la viuda de su hermano mayor tan sólo un mes después del funeral.»
«Hizo bien»
, exclamó radiante el anciano, y anunció a los demás, «Ya os dije que si conociéramos mejor a los europeos, encontraríamos que en realidad son como nosotros. En nuestro país», añadió dirigiéndose a mí, «también el hermano más joven se casa con la viuda de su hermano mayor, convirtiéndose así en padre de sus hijos».

Periódicamente me viene a la memoria el final del documental “Surviving Progress”, basado en la obra “Breve historia del progreso” del antropólogo Ronald Wright, y que comentábamos en el artículo “El fin del crecimiento ¿La era de la moderación o de las consecuencias?”. Muy inteligentemente, Wright nos plantea una hipótesis plausible sobre el fin de la civilización Maya. Existiría un contrato social implícito, según el cual una de las funciones de la élite político-religiosa sería interceder ante los dioses para asegurar protección a las cosechas contra los infortunios del destino. Aunque esto se ve muy lejano, en realidad no es muy diferente al pensamiento de muchos de nuestros contemporáneos, que piensa que hay algo llamado “políticos” cuya función es velar por la existencia de “puestos de trabajo” que garanticen a las personas ser incluidas en el reparto de la producción.

¿Qué harían los Mayas cuando la erosión del suelo y la escasa fertilidad de la tierra provocasen una mala cosecha tras otra? ¿Construirían nuevos templos, incrementarían el número de sacrificios para calmar a los dioses? El lado negativo de atribuir un contenido simbólico a nuestros actos es que nos hace tremendamente resistentes al cambio. Parecemos incapaces de actuar movidos por la realidad desnuda, y por tanto necesitamos crear un nuevo ropaje simbólico antes de actuar de otra forma.

En aquel artículo preguntábamos: ¿Dónde están los castillos y palacios del siglo XXI? ¿Cuál es el oscuro arcano cuyo dominio es potestad de la élite, y que restablecerá de nuevo el crecimiento? La respuesta es posiblemente muy compleja, pero para empezar a atisbarla tendremos que cambiar nuestro punto de vista, desechando como intranscendentes cuestiones que ahora nos parecen de vital importancia, como el PIB o los puestos de trabajo. La narrativa que adoptábamos en un mundo relativamente vacío, la de los conquistadores, colonos, cowboys, emprendedores, brokers, debe cambiar a la de un mundo relativamente lleno, un astronauta en su nave espacial.