A comienzos del siglo
XXI, reducida a la mínima expresión las “alternativas”
socialistas, así como las comunidades indígenas “atrasadas”, y
aprovechado cada rincón del globo susceptible de ser utilizado en
una actividad económica rentable, el capitalismo continúa su
expansión, extendiendo la lógica de la mercancía a ámbitos donde
no hubiésemos soñado ver al mercado en acción.
Estamos acostumbrados a
pensar de forma dicotómica en el estado y el mercado como entidades
opuestas y contrarias que condicionan nuestro comportamiento. Este
reduccionismo pasa por alto el hecho usual de que los grupos de seres
humanos son capaces de autoorganizarse sin la intervención de
agentes externos, o que los seres humanos actúan movidos por sus
propios valores, y no solo en cumplimiento de normas jurídicas o
buscando un incentivo económico.
En efecto, en este
sentido, Victor Turner habla de la communitas, en su libro El
proceso ritual: estructura y antiestructura
Es como si hubiese aquí dos “modelos” principales de interrelaciones humanas yuxtapuestos y alternantes. El primero es el de la sociedad como sistema estructurado, diferenciado y a menudo jerárquico de posiciones político-legal-económicas. […] El segundo […] es el de la sociedad como una communitas desestructurada, rudimentariamente estructurada o relativamente indiferenciada, una comunidad o incluso una comunión igualitaria de individuos que se someten juntos a la autoridad ritual de sus mayores.
Por su parte el
economista Kenneth
E. Boulding en su obra Las tres caras del
poder, en la que trata de explorar y analizar la naturaleza del
poder, dividía este en tres categorías, el poder amenazador, que se
usa sobre todo en el mundo de la política y estaría relacionado con
la capacidad de destruir, el poder económico, relacionado con la
capacidad de producir e intercambiar, y el poder integrador,
relacionado con la capacidad de crear relaciones de respeto, amor,
legitimidad y amistad. Lo más destacable de su análisis es que
concluía que sin duda el poder por excelencia era el poder
integrador, ya que poco puede conseguir el poder amenazador o
económico si carece de legitimidad.