Con
la llegada de Trump a la Casa Blanca Europa ha perdido un apoyo clave, y muy
necesario, para salir de los problemas en los que se ha metido. Mientras se
tratan de mantener los discursos huecos de progreso, modernidad y fraternidad
que quedaron en evidencia con la crisis, aislada del mundo, continúa por una
vía muerta hacia un triste e inevitable final.
Como ya comentamos en una entrada
anterior, el ya antiguo fracaso en las negociaciones de la
Organización Mundial de Comercio (en gran medida provocado por la Unión
Europea), la propia evolución del volumen del comercio internacional, y sobre
todo los datos de transacciones financieras entre estados nos muestran que el
mundo está retrocediendo en su integración económica. Parece que la
globalización termina, y deja tras de sí un mundo fragmentado, como ya ocurriera en
el pasado.
Con gran celeridad y un poco de
improviso hemos visto cómo se nos trata de transmitir una imagen de este nuevo
mundo como dividido entre dos facciones, por un lado el “populismo” y por el
otro el resto, es decir, el statu quo, aquellos que se atribuyen la sensatez y
la racionalidad, y que podemos denominar “globalistas” o también
“neoliberales”. Los que como yo, no nos sentimos identificados con ninguna de
estas posiciones nos encontramos en un lugar incómodo, criticar a los
populistas nos pone de parte de los globalistas, los auténticos responsables de
la situación, pero si no lo hacemos podría parecer que sentimos simpatía hacia
el “populismo”, lo cual no es cierto.
Lo primero que habría que aclarar es
qué es esto del “populismo”, y mi opinión es que es una etiqueta peyorativa
para desprestigiar algo, porque en realidad todos los líderes, partidos y
ciudadanos englobados bajo esa etiqueta podrían ser definidos mucho mejor como nacionalistas.
Hace ahora tres años ya anticipé que el mundo tendía a
polarizarse entre nacionalistas y globalistas, y pedí evitar
estas dos opciones, pero por desgracia de momento no se atisba en el horizonte
ninguna alternativa.