Queridos lectores,
La primera mitad del siglo XX, con las guerras mundiales y la gran depresión, moldeó con fuerza el pensamiento de nuestros antepasados. Un poco antes, durante el tercio final del siglo XIX y la primera década del siglo XX se había desarrollado una auténtica primera globalización bajo el patrón-oro y el imperio británico.
El comercio, el sistema de pagos, las relaciones financieras y la deuda, en definitiva la competencia económica, fueron fuente de inestabilidad política y contribuyeron en buena medida a crear las condiciones propicias para el desastre.
Las instituciones acordadas en Bretton Woods son el fruto de ese pensamiento forjado por la guerra. Entre las personas que padecieron aquellos tiempos tempestuosos se encontraba el célebre John Maynard Keynes, y sin duda su idea del BANCOR, que pretendía un ajuste simétrico de las balanzas de pagos entre acreedores y deudores, era en parte fruto de lo vivido.
Ya en 1920 Keynes había escrito “Las consecuencias económicas de la paz” advirtiendo de los peligros que implicaban las onerosas reparaciones de guerra impuestas a Alemania tras la 1ª guerra mundial. El problema de la deuda externa que tan común se ha hecho en nuestra época.
Durante la 1ª globalización los gobiernos habían dado prioridad al equilibrio externo –repago de los saldos de la balanza de pagos- sobre el equilibrio interno –estabilidad de precios y pleno empleo-. Pero al terminar la guerra las circunstancias eran muy distintas. Aprovechando la participación de Rusia en esta, estalla una revolución popular que tras muchos avatares y una guerra civil cambiaría por completo las estructuras de poder y los derechos de propiedad establecidos.
El comunismo prometía un mundo mejor pero no fue capaz de cumplir sus promesas |
El miedo a nuevas revueltas hizo interiorizar a los gobiernos el objetivo interno de pleno empleo y estabilidad de precios.
Todas estas consideraciones estaban en la mente de Keynes y de los participantes en la conferencia internacional de Bretton Woods, lo que no evitó que se adoptase un mal plan que, tal y como anticipó Robert Triffin, nacería con fecha caducidad.
Poco tiempo después de que Nixon suspendiese la ventanilla del oro y tras dos devaluaciones del dólar en 1971 y 1973, los países productores de petróleo deciden subir su precio unilateralmente. El Sha de Irán declara:
Por supuesto que [el precio mundial del petróleo] va a subir. ¡Sin duda! ...; Y cómo…. Vosotros [las naciones occidentales] aumentasteis el precio del trigo que nos vendéis un 300%, y lo mismo para el azúcar y el cemento ...; Vosotros compráis petróleo crudo y nos lo vendéis de nuevo, refinado como petroquímica, a cien veces el precio que nos habéis pagado ...;. es justo que, de ahora en adelante, vosotros tendréis que pagar más por el petróleo. Digamos diez veces más.
Un sistema de pagos en dinero fiat y con tipos de cambio flexibles nunca puede escapar de la sospecha.
El shock petrolero y la década de los setenta marcaron nuestro futuro, dando paso a la 2ª globalización, fundada en el libre comercio y, primero y principal, la libertad de movimiento de capital, es decir, las finanzas.
El problema del repago de los saldos en la balanza de pagos y la determinación de los tipos de cambio de las monedas, se deja a los tejemanejes del mercado. Como es obvio esto requiere una demolición del pensamiento que originó las instituciones de Bretton Woods, pero la historia nos enseña que en ciencias sociales siempre es posible encontrar una teoría a mano para entrar en la confrontación ideológica.
Milton Friedman sería uno de los académicos valedores de la visión intertemporal de la balanza de pagos y Nigel Lawson, ministro de economía con Margaret Thatcher, su equivalente a nivel político. La opinión de que el déficit por cuenta corriente no importa suele denominarse “doctrina Lawson" por un discurso pronunciado en 1988 por el Sr. Lawson, quien, al comentar el déficit por cuenta corriente del Reino Unido, afirmó que la situación de su país era sólida porque ese déficit se debía al endeudamiento del sector privado, y no del sector público.
Según esta visión un déficit en la balanza de pagos no sería más que una predilección por el consumo presente, indicando que queremos ahorrar en el futuro. Si pensamos que un déficit público puede ser financiado en gran parte –como fue el caso de España o Grecia- por acreedores extranjeros, esto da pie a interpretar que el estado tiene preferencia por consumir ahora ya que prevé ahorrar en el futuro. Pero no, el estado sería un ente aparte dentro de la economía, regido por leyes muy distintas, y por tanto el déficit público siempre sería peligroso, según esta visión intertemporal.
Hoy sabemos empíricamente que las economías tienen mayor intolerancia a la deuda externa que a la deuda pública, encaje esto o no en una teoría. Sin embargo, lo sorprendente es que haya hecho falta un estudio académico para resaltar algo que se hizo patente desde el principio.
Observando por regiones la evolución histórica de las balanzas de pagos se pueden ver los distintos procesos de ajuste provocados por la deuda externa. Como hemos discutido en varias ocasiones, esto se hace decreciendo, mediante una disminución de la demanda interna, recortando importaciones, a través de una devaluación o una deflación.
A raíz del shock petrolero de 1973, los países desarrollados dejaron de ser exportadores netos de capital, para endeudarse con los países pobres, si bien con saldos relativamente modestos ¿Sería esto la causa de la estanflación de la época?
Los nuevos precios hicieron rentable la explotación de yacimientos en Alaska, el Mar del Norte, China y Méjico ¿la causa de la “recuperación” de los 80?
Otras regiones, como América Latina, tuvieron más dificultades para financiarse. Tan pronto como en la década de los 80 desarrollaron intolerancia a la deuda externa, y las restricciones a la llegada de capital y el pago de intereses les llevó a una “década perdida”.
En el año 1992, la crisis en Europa provocó en varios de ellos la misma acusada intolerancia a la deuda externa, (especialmente los nórdicos: Suecia, Noruega, Finlandia) lo que les obligó a convertirse en ahorradores, aunque por poco tiempo.
Dos años más tarde, la crisis se trasladaría a los países emergentes. La rentabilidad de sus bonos a 10 años respecto al bono norteamericano, la famosa “prima de riesgo”, sigue patrones muy similares en todos ellos.
La correlación tan estrecha del rendimiento de los bonos en 24 países, muy distintos entre si, nos indica claramente que estamos ante la primera gran crisis financiera global tras la Gran Depresión. En el gráfico también apreciamos como estas restricciones de financiación, o intolerancia a la deuda externa, provoca que en 1999 la balanza de pagos del conjunto de las economías emergentes se de la vuelta y pasen a ser exportadores netos de capital.
Está gráfica es a su vez muy similar a otra que os resultará más familiar: la evolución actual de los bonos de los países de la llamada “periferia” europea.