A veces hay que volver en
parte hacia atrás, y desandar lo andado, para volver a encontrar el camino
correcto.
Tras seis años de crisis, y
con Europa estancada y Japón en recesión, y algunos grandes emergentes como
Brasil y Rusia también en situación de estancamiento, un gran número de
ciudadanos, ya sea por estar en situación de desempleo, o por la pérdida de
salario o bien por el temor a que uno mismo o nuestra empresa sea la siguiente,
hemos descubierto con dolor nuestra situación de dependencia. Dependemos de los
demás, unos para sobrevivir y otros para mantener su riqueza, dado el desigual
reparto de la misma. Pero no es sólo de esta forma como se muestra nuestra
dependencia, gracias a la división del trabajo y a la monetización de la
mayoría de procesos económicos, la producción se ha independizado en cierta manera
del consumo. Como consumidores nuestro papel se limita a elegir lo que alguien
ha fabricado para nosotros, y como productores a ser una pieza en un engranaje
dentro de una estructura piramidal diseñada
para lograr la disciplina, y cuyos valores pueden no guardar relación
alguna con los nuestros.
Este deprimente estado de
cosas, que bien podríamos definir como alienante, ha convertido el ideal de
vida autárquica, autosuficiente, en el sueño de los miles de personas que por
ejemplo siguen con admiración las aventuras de Dick
Strawbridge y su hijo, unos auténticos maestros del “hágaselo usted
mismo”.
Pero quizás en el punto medio
esté la virtud, no tanto individuos autosuficientes como comunidades con cierto
grado de autosuficiencia en cuanto a sus necesidades básicas (alimentos,
energía, materiales de construcción). Ello no sólo haría el sistema más robusto
o resiliente, sino que permitiría a muchas personas reconciliarse, encontrar
sentido, a su actividad productiva, y por tanto ser más felices.
Un propósito tan modesto, que
podría parecer en un primer momento de puro sentido común, sin embargo choca
frontalmente con nuestro sistema económico. En efecto, en nuestra sociedad se
intenta por todos los medios que la actividad económica se guie por los precios
y sólo por los precios. No se trata de que los mercados sean una herramienta
para utilizar según las circunstancias, sino que se intenta que toda la
sociedad se guie por un mecanismo autorregulador de mercado. En consecuencia,
no podemos producir nada localmente si una vez contabilizado el transporte el
producto sale un céntimo más barato en Tegucigalpa. Sin embargo el precio no te
informa de la parte del stock de combustibles fósiles que se ha gastado en la
producción y transporte de un producto, imposibilitando que esa parte sea usada
en el futuro, quizás para aplicaciones más útiles. Tampoco te da información
sobre sí para producir ese artículo ha sido necesario talar parte de una
superficie forestal, cambiando los usos de la tierra, y por lo tanto
contribuyendo a la pérdida de biodiversidad, que
provoca a su vez la pérdida de servicios medioambientales que proporcionan los
ecosistemas.