Las narrativas con las que explicamos el mundo y a nosotros mismos son
erróneas e, incluso, van en contra de la ciencia. Urge cambiarlas para superar
la barbarie de la modernidad y mejorar unas
condiciones de vida que seguimos amenazando.
Como explica magistralmente el
hindú Pankaj Mishra en su libro La edad
de la ira la idea cuasireligiosa
de un ser humano sin límites tiene su origen en la ilustración, en un contexto
ideológico determinado. Y por ideológico entiendo precisamente lo que entendía
el filósofo ilustrado Helvetius, la
confrontación de formas de pensar que responden a los intereses de individuos,
grupos o clases. Voltaire terminaría siendo uno de los plebeyos más ricos de su
época. Como explica otro ilustrado, Tocqueville:
Mientras los reyes se arruinaban en grandes empresas y los nobles se agotaban mutuamente en guerras privadas, el pueblo llano iba enriqueciéndose con el comercio. El poder del dinero empezó a dejarse sentir en los asuntos del Estado. El comercio devino fuerza política, despreciada pero halagada. Gradualmente se fue extendiendo la cultura y despertó el gusto por la literatura y las artes. La mente pasó a ser un componente del éxito; el conocimiento, una herramienta de gobierno, y el intelecto una fuerza social; los hombres cultos participaban en los asuntos de Estado.
La acción racional, buscando el
interés propio, era la forma de mejorar la condición personal, acción que no debía
ser entorpecida por la costumbre, o las prerrogativas de nobles o religiosos. Para
eliminar esas prerrogativas se hicieron revoluciones como la francesa.
La idea de la acción racional, y
de la razón como medio de mejorar las condiciones del ser humano surge pues
como una narrativa que justifica la preponderancia de un grupo (los burgueses)
sobre otro (los nobles y religiosos). Sin embargo, esta idea termina cobrando
vida propia y emancipándose de su función de justificación de clase, para
convertirse en una idea que terminará dominando el sistema, sustituyendo a la
idea de la salvación del alma inmortal en la otra vida, convirtiéndose en la idea
metafísica que dota de sentido de último recurso las vidas de los individuos y
por tanto justifica el sistema socioeconómico, por supuesto, ya despojada de
toda medida o límite. Citando al propio Mishra:
Pero el futuro les pertenecía a ellos y a su vocación de no dejar títere con cabeza en el mundo político y social, de examinar todos los fenómenos a la luz de la razón, y considerar todo susceptible de cambio y manipulación mediante la voluntad y el poder humanos. Los philosophes aspiraban a aplicar el método científico, descubierto en el siglo anterior, a fenómenos ajenos al mundo natural: al gobierno, la economía, la ética, el derecho, la sociedad y hasta la vida interior. Como lo expresó D´Alembert, "la filosofía es la física experimental del alma". Nicolas de Condorcet esperaba que la ciencia garantizara "la infinita perfectibilidad de la especie humana".
Las ideas ilustradas no eran
democráticas, con la excepción notable de Rousseau los ilustrados denostaban al
pueblo. La acción racional era propia del ilustrado, hombre de mérito que se
alza sobre la masa iletrada y vulgar. Los reyes son necesarios no sólo para
centralizar el poder limitando el de la iglesia y la nobleza, sino para mantener
controlada con mano firme y, en caso necesario, bayoneta en ristre, las
veleidades de la plebe, zafia e irracional.