que arenas en mi pecho: dan espumas mis
venas,
y entro en los hospitales, y entro en los
algodones
como en las azucenas.
<<Miguel Hernández>>
Queridos lectores,
En
la anterior entrada veíamos la forma precisa que tomó la libertad en los
tiempos modernos, no como una propiedad universal que pertenezca en esencia a
todos los seres humanos, sino como una relación social con dos extremos, en el
que la libertad de uno de ellos determina la falta de libertad del otro.
Esta falta de libertad se
manifestó de forma especial, aunque no exclusiva, en el lado de la producción:
la división del trabajo exigía que la conducta del operario fuera determinada
externamente. Pero hay un ámbito en el que la sociedad postmoderna aparentemente
encontró durante el siglo XX un campo en el que cada uno de los individuos
podía ser libre, sin comprometer la libertad de ningún otro: el consumo.
La historia de la sociedad de
consumo aparece ligada hasta el momento de forma indisoluble al individualismo,
la conciencia de ser un individuo, de
ser un yo. Esto que damos por
supuesto, la nítida autopercepción de uno mismo, es también un producto
histórico que aparece también ligado al concepto de libertad, como hasta
aquellos que analizan la libertad desde un punto de vista convencional
reconocen:
El dirigente nazi que describió la revolución nacional-socialista como un Contrarrenacimiento estaba más en lo cierto de lo que probablemente suponía. Ha sido el paso decisivo en la ruina de aquella civilización que el hombre moderno vino construyendo desde la época del Renacimiento, y que era, sobre todo, una civilización individualista. [1]