domingo, 23 de febrero de 2014

Crecimiento, la idea que dividió al planeta


Dedicado a los panglossianos de todos los partidos


Un cisma, una herida más profunda que la que infligiera Martin Lutero en el Renacimiento, se abrió hace ya más de 40 años, en la década de los 70, en el seno de la “ostentosa” civilización occidental.

Los elevados niveles de contaminación propiciados por el desarrollismo industrial de las tres décadas anteriores, la llamada Edad Dorada del Capitalismo, durante la cual se alcanzaron las tasas de crecimiento del PIB global más altas de la historia, hicieron sonar la voz de alarma, y a petición del gobierno sueco, las naciones unidas convocaron la primera conferencia internacional sobre el medio ambiente “humano”.


Tan sólo un año después, la cuestión de la contaminación era desplazada por la de los recursos no-renovables, cuando estalló la primera crisis del petróleo. Si bien es cierto que la crisis fue consecuencia de decisiones políticas (la decisión de los productores de cesar la exportación a varios países, incluidos EEUU y sus aliados), puso de relieve la vulnerabilidad del sistema económico a la escasez de ciertas materias primas, así como el declive inevitable en la producción de los campos petrolíferos, como los de los Estados Unidos de América.


Declive que había sido previsto con anterioridad por el geólogo Marion King Hubbert, lo cual era si cabe más inquietante.

Esos hechos, propiciaron el inicio del que será, o incluso ya es, el mayor debate intelectual en la historia de la humanidad. Debate que empequeñece y deja en pañales aquel entre católicos y protestantes, o el de capitalismo contra socialismo: mercado vs. estado.

A un lado se situaron aquellos que pensaban que los problemas se podían resolver uno por uno, según fuesen surgiendo, y que no era necesario realizar cambios profundos en las instituciones que regían nuestros modos de vida. A falta de deslumbrantes argumentos, estos prestidigitadores de la razón tenían su inmenso poder como principal punto de apoyo. El estatus quo económico y político, el poder corporativo y los gobiernos de todo el mundo, han apoyado sin reservas, con hechos, palabras y abundantes fondos, a los contendientes de este lado. La economía neoclásica, convertida, según el historiador Eric Hobsbawm, en la nueva religión, es el principal exponente de esta facción de la academia.

Lo curioso es que hemos hecho a una ciencia social, y por tanto humana, la brújula que guía nuestros destinos. Una ciencia humana que abstrae el proceso económico del resto de lo que constituye lo humano: su psique, sus relaciones sociales, su entorno natural. No sólo eso, sino que entra en contradicción flagrante con el resto de ciencias que estudian lo humano, la psicología, la biología, la sociología, la antropología, la ecología, y asume esa contradicción con impasibilidad. El símil mecánico,la mecánica de la utilidad y el interés propio” de la que hablara Stanley Jevons, permitió introducir matemáticas avanzadas en la teoría económica. La matemática, en vez de utilizarse para construir modelos a partir de los hechos, se utilizó para construir modelos que suplantasen a los hechos, una manta metafísica sobre la realidad.

Conviene tener siempre presente las palabras de Edgar Morin al respecto de este burdo mecanicismo:

La economía, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social humanamente más retrasada, pues ha abstraído las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas inseparables de las actividades económicas… Quizá la incompetencia económica haya pasado a ser el problema social más importante

miércoles, 5 de febrero de 2014

En busca de la igualdad, junto a Zygmunt Bauman



Ayer pasó por Madrid Zygmunt Bauman, para participar en la conferencia-debate que con el título “Economía y sociedad en un mundo líquido”, era en realidad una excusa para hablar de su último libro “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?”. El tema, tanto del debate como del libro era, por supuesto, la desigualdad, cuestión que algunos quieren trivializar y reducir a una cuestión de envidia, cuando en realidad, como veremos, es una cuestión transversal, cuyo resultado es a su vez causa y consecuencia de múltiples factores del interactuar social, que conceptualizamos como justicia, felicidad, república, democracia, etc.

En lo que sigue haré una descripción de la conferencia escribiendo sobre fondo gris, y mis reflexiones al margen las escribiré sobre el fondo blanco habitual. Evidentemente, mi descripción de la charla no puede ser sino subjetiva, pero creo que la distinción puede resultar útil.

La conferencia se desarrolló en la fundación Rafael del Pino, lugar dedicado a promover las virtudes del emprendimiento y el libre mercado, y por tanto con escasa predisposición a limitar la riqueza de los ricos, o a prestar atención a reproches por cuestiones tan triviales como la desigualdad, que no necesariamente guardan relación con el crecimiento del PIB.

Es por eso que los interlocutores de Bauman (la fundación utilizó a dos, uno para hacer la introducción de los conferenciantes y otro para dar la réplica al sociólogo polaco) tendieron en todo momento a intentar desactivar su discurso, o a encauzarlo hacia lugares donde sería inocuo para el sistema. Utilizaron tres estrategias:

- Relativizar la desigualdad: “La desigualdad no es miseria, y debemos considerar que en los últimos años 1.000 millones de personas han abandonado la pobreza extrema a nivel global”.
- Reducirlo a una cuestión técnica económica: “Podemos primar la eficiencia de los mercados, y por lo tanto el crecimiento, o la equidad”.
- Plantear la cuestión no como un reproche de la sociedad al sistema económico (que podría llevarnos por caminos no deseados y peligrosos –marxismo (sic)-, sutilmente insinuados por el contendiente del profesor Bauman), sino como un reproche del sistema económico a la política. “La desigualdad no es un fruto natural del sistema económico, sino una consecuencia de la existencia de oligarquías que se benefician de privilegios políticos. Por consiguiente, la sociedad civil debe velar de forma especial por el buen desarrollo del proceso político”.