Queridos lectores,
Comencemos por una cita de
nuestro querido Zygmunt
Bauman:
En nuestra época, tras la devaluación de las opiniones locales y la lenta pero imparable extinción de los “líderes locales de opinión”, quedan dos y sólo dos autoridades capaces de dotar de un poder reconfortante a los juicios que pronuncian o evidencian a través de sus acciones: la autoridad de los expertos, la gente “que sabe de verdad” (cuya área de competencia es demasiado vasta para que los no iniciados puedan explorarla y ponerla a prueba) y la autoridad del número (basada en el supuesto de que cuanto mayor sea el número, menos probable es que se equivoque). La naturaleza de la primera autoridad convierte a los extraterritoriales de la sociedad del riesgo en un mercado natural para “el boom de los consejeros”. [1]
Cuanto más vasto y fragmentado es
el conocimiento humano mayor demanda habrá de “expertos”: gente dedicada
exclusivamente a la tarea de trazarnos un mapa en cuestiones que serían de otra
forma inabarcables, por su extensión y por lo limitado del tiempo disponible.
Por tanto el conocimiento debe tender cada vez más a ser como la moneda o los
“activos financieros”: dependientes de la
confianza.
Una confianza que tal y como nos cuenta
David Freeman en “Wrong: Why Experts Keep Failing Us – and How to Know When Not
to Trust Them” [Equivocado: Por qué los expertos siguen fallándonos – y como
saber cuándo no confiar en ellos] cada vez está menos justificada. Dos tercios
de las nuevas evidencias mostradas en publicaciones médicas especializadas
serán rebatidas en pocos años ¿Y en economía? Es posible que todos los estudios
publicados estén equivocados.
Según Freeman, las malas
conclusiones tienden a ser simplistas, definidas, universales y seguras, pero
“tenemos que aprender a forzarnos a aceptar, comprender e incluso abrazar que
vivimos en un mundo complejo, indefinido e incierto”.
Para Sheldom Rampton y John
Stauber no es una cuestión de “errores”, es una cuestión de Propaganda,
posteriormente conocida como Relaciones
Públicas.
Rampton y Stauber nos cuentan la
penosa batalla librada para demostrar los efectos negativos del amianto o del
tabaco, batalla llena de “expertos” a sueldo. La idea de Rampton y Stauber no
es ni mucho menos nueva
¿Qué hace a todas las doctrinas sencillas y claras?Unas doscientas libras al año.¿Y demostrar la falsedad de lo que se demostró cierto antes?Doscientas más [2]
Pero si hay una teoría simple,
definida y que pretenda pasar por universal y segura es la doctrina que se
autodenomina liberal. Este pensamiento pretende trivializar la civilización humana escamoteando la necesaria
cooperación activa de los ciudadanos y su disposición a subordinar su vida
privada en interés del bien común como parte esencial de ella.
Afirma que solo el egoísmo y la
competencia son fuente de prosperidad, tratando de ocultar que las verdaderas fuentes de la productividad
son el trabajo, el pensamiento, las herramientas, recursos naturales y el
conocimiento y la experiencia que nos han legado nuestros ancestros, todo ello interrelacionándose
dentro de un marco social y legal. El llamado “mercado”, no sería más que
una herramienta que podría tanto sumar como restar al producto total, según
como sea utilizada, lo que dependerá en gran medida del marco legal e
institucional.
Hoy se permite que los mercados
sean gobernados por
una burocracia corporativa, dentro de un marco legal enemigo del bien común,
diseñado para la acumulación exponencial de poder a costa de excluir a la gran mayoría. Mientras
tanto se socava, se nulifica y se desprecia la acción del gobierno. El gobierno
ha sido antropizado (pero es una institución, no un ser humano) y se le
atribuyen los mismos “supuestos” motivos egoístas que al resto de los hombres,
pero se olvidan que el principal interés del gobierno es ser reelegido y que
por tanto tiene un fuerte incentivo para buscar el bien común.
Conocemos
la afición de los autodenominados liberales por realizar vídeos fraudulentos,
sin embargo me ha llamado poderosamente la atención un nuevo “vídeo
divulgativo”, un vídeo de siete minutos donde se exponen las tesis de Jesús Huerta de Soto sobre la
caída del imperio romano. Dicho vídeo es el espectáculo académico más lamentable que he visto en mi vida. No
se trata de que se masajeen un poco los hechos para hacerlos coincidir con la
hipótesis de partida, sino que se omiten del relato hechos básicos, hechos
tremendamente conocidos de la historia de Roma, para cambiar por completo el
sentido de la flecha de la causalidad.