Hace dos días desde la
asociación Autonomía y Bienvivir publicamos un texto colaborativo
en el conocido blog de Antonio Turiel The Oil Crash. Dado que
en la actualidad tres cuartas partes de los lectores de La Proa del
Argo no se cuentan entre los peakoilers, creo que tiene sentido
publicarlo aquí también, pasado un plazo suficiente para dejar a
Antonio la primicia, dado que nos ofrece la mejor tribuna a la que
podemos acceder (también estuvimos en la radio, pero eso es otra historia).
El texto es una respuesta
al manifiesto Última llamada. Es por tanto una enmienda a la
totalidad del sistema socio-económico actual, y a los graves
problemas de nuestra civilización, un sistema que nos obliga a
crecer en grave detrimento del capital natural, de los stocks que nos
proporcionan los servicios para la subsistencia y el disfrute de la
vida. El texto deja a un lado en gran medida la descripción de los
problemas para centrarse en las soluciones, si alguien quiere entrar
en más detalle en la problemática puede consultar en este mismo
blog las entradas Por qué #nodebemos #__pagamos y siguientes, El pensamiento económico de Frederick Soddy, De la mirada del broker a la del astronauta, La insostenibilidad de los sistemas de precios y
La utopía de la inclusión: 1. El problema.
Es también el momento de
hacer una breve reflexión sobre la andadura de la asociación y la
cooperación. Lo poco que hayamos podido conseguir es fruto de la
cooperación estrecha, codo con codo, con otras trece personas. Es indudable el
valor de la cooperación, lo que la exigua fuerza de una persona es
incapaz de lograr, puede lograrse con la ayuda mutua. Sin embargo,
según Polanyi, la sociedad de mercado debe funcionar con ausencia de
cooperación consciente. La misma conclusión parece extraerse de las
observaciones del gran sociólogo Pierre Bourdieu, retomando el texto
que comentábamos en Para la Libertad... (Excurso): La utopía de las cero opciones:
En nombre de este programa científico de conocimiento, convertido en programa político de acción, se cumple un inmenso trabajo político (denegado, porque en apariencia es puramente negativo), que busca crear las condiciones de realización y de funcionamiento de la “teoría”: un programa de destrucción sistemática de los colectivos.El movimiento se posibilita a través de la política de desregulación financiera, en marcha hacia la utopía liberal de un mercado puro y perfecto; se lleva a cabo a través de la acción transformadora y, hay que decirlo, destructora de toda medida política que pretende cuestionar todas las estructuras colectivas que puedan obstaculizar la lógica del mercado puro. Entre ellas se encuentran: a) la nación cuyo margen de maniobra no cesa de recortar; b) los grupos de trabajo que afecta a través, por ejemplo, de la individualización de los salarios y las carreras en función de las competencias individuales y la atomización de los trabajadores que ello desencadena; c) los colectivos de defensa de los trabajadores, los sindicatos, las asociaciones, las cooperativas: d) la familia misma, la que pierde una parte de su control sobre el consumo a través de la constitución de mercados por rangos de edad.
Mi impresión es que sin
necesidad de fuerzas coactivas, que sin duda existen, la cooperación
es frágil. Varias personas han rehusado participar en esta empresa
apasionante por matices nimios. A ello se une el sabor de boca que me
deja la recepción del artículo, que ha sido entusiasta por parte
Antonio Turiel, calificándolo en su Facebook como “posiblemente
uno de los post más importantes que se hayan publicado en el blog”,
frente a la recepción de sus lectores habituales, de los que hemos
obtenido pocas palabras de aliento, al menos hasta el momento. No
tengo una explicación cabal para este fenómeno, quizás,
especulando, al hacerse nuestra sociedad más compleja los
itinerarios educativos y afectivos de los individuos se hacen cada
vez más divergentes. La individualización se hace extrema, y un
arroyuelo de discrepancia se convierte en un abismo insalvable.
Dijo Mancur Olson, en su
obra La lógica de la acción colectiva que el simple hecho de
buscar un objetivo común entre varias personas hará que la mayoría
de ellas no se esfuercen, al no poder ser excluidas de los beneficios
comunes. Está lógica se rompe cuando disfrutamos con la
cooperación, cuando el trabajo por el objetivo común se convierte
en un placer, en una forma de ocio que nos proporciona sentido, y
cuando disfrutamos aprendiendo de los compañeros de viaje.
Satisfacemos de esta forma varias necesidades humanas: participación,
identidad, entendimiento, ocio, creación.
No hay alternativas a la
cooperación, pero gracias a Dios el viaje promete ser apasionante.
Les dejo ahora con nuestro
Programa para una Gran Transformación
Programa para una Gran Transformación
Una
llamada se realiza buscando una respuesta, y en el caso del
manifiesto llamado Última
llamada,
promovido por un grupo de científicos, académicos, intelectuales y
algún aspirante a servidor público las respuestas no se han hecho
esperar. Personalidades de primera fila del mundo de la política
nacional, dentro de la corriente socialdemócrata, hasta ahora
caracterizada por sostener sin fisuras que uno de los objetivos de la
sociedad y del gobierno debe ser el desarrollo de las fuerzas
productivas, el llamado crecimiento económico, se encuentran entre
los primeros firmantes del manifiesto.
Hay
que valorar muy positivamente este hecho, puesto que el primer paso
para solventar un problema es reconocer que este existe. De pensar
que el crecimiento económico es la solución a nuestros problemas a
pensar que el crecimiento económico es nuestro problema hay un gran
trecho, el que existe entre dos paradigmas opuestos, con distintas
visiones preanalíticas
No
obstante, a la sincera alegría por este hecho, hay que contraponer
una buena dosis de sana prudencia. La prudencia de aquel que conoce
la fuerza del sedimento de las decisiones pasadas, de la costumbre y
los hábitos adquiridos, y la inercia del pensamiento humano. Es
también necesaria la prudencia por lo sencillo que resulta la
adhesión a un manifiesto que no plantea políticas concretas, dado
que no es este su objetivo. Por el contrario, este se encuentra en
fomentar el debate sobre esas políticas, y con ese criterio se
tendrá que juzgar a los firmantes, por su implicación y sus
propuestas que detallen las medidas concretas a implementar. Es así
como debe entenderse esta, nuestra respuesta a la última llamada, un
intento humilde, realizado con una buena dosis de sano escepticismo,
pero a la vez firme, de abrir ese debate sobre políticas concretas.
Entendiendo
el paradigma
vigente
El
manifiesto incide, de forma escueta, en el gran reto que tenemos por
delante, cambios radicales, una “Gran Transformación”, que se
verá obstaculizada por la inercia y los intereses de los que son los
ganadores bajo la organización social actual.
Entender
estas dificultades es vital, y para ello nos puede ser de gran ayuda
el autor que aparece implícitamente citado en el manifiesto. Según
Karl Polanyi, en su libro La Gran
Transformación
Todos los tipos de sociedades están sometidos a factores económicos. Pero únicamente la civilización del siglo XIX fue económica en un sentido diferente y específico, ya que optó por fundarse sobre un móvil, el de la ganancia, cuya validez es muy raramente conocida en la historia de las sociedades humanas: de hecho nunca con anterioridad este rasgo había sido elevado al rango de justificación de la acción y del comportamiento en la vida cotidiana. El sistema de mercado autorregulador deriva exclusivamente de este principio. [...]Como las máquinas complejas son caras, solamente resultan rentables si producen grandes cantidades de mercancías. No se las puede hacer funcionar sin pérdidas, más que si se asegura la venta de los bienes producidos, para lo cual se requiere que la producción no se interrumpa por falta de materias primas, necesarias para la alimentación de las máquinas. Para el comerciante, esto significa que todos los factores implicados en la producción tienen que estar en venta, es decir, disponibles en cantidades suficientes para quien esté dispuesto a pagarlos. Si esta condición no se cumple, la producción realizada con máquinas especializadas se convierte en un riesgo demasiado grande, tanto para el comerciante, que arriesga su dinero, como para la comunidad en su conjunto, que depende ahora de una producción ininterrumpida para sus rentas, sus empleos y su aprovisionamiento. […] En relación a la economía anterior, la transformación que condujo a este sistema es tan total que se parece más a la metamorfosis del gusano de seda en mariposa que a una modificación que podría expresarse en términos de crecimiento y de evolución continua. Comparemos, por ejemplo, las actividades de venta del comerciante-productor con sus actividades de compra. Sus ventas se refieren únicamente a productos manufacturados: el tejido social no se verá pues afectado directamente, tanto si encuentra como si no encuentra compradores. Pero lo que “compra” son materias primas y trabajo, es decir, parte de la naturaleza y del hombre. De hecho, la producción mecánica en una sociedad comercial supone nada menos que la transformación de la sustancia natural y humana de la sociedad en mercancías. La conclusión, aunque resulte singular, es inevitable, pues el fin buscado solamente se puede alcanzar a través de esta vía. Es evidente que la dislocación provocada por un dispositivo semejante amenaza con desgarrar las relaciones humanas y con aniquilar el hábitat natural del hombre.
Esta
dislocación social se habría aceptado por la promesa de una
abundancia material sin precedentes, promesa que se cumplió en una
parte del mundo. La sociedad se desgarró y se volvió a recomponer
innumerables veces: hubo guerras, catástrofes, revoluciones y
medidas paliativas como salarios mínimos, prohibición del trabajo
infantil y educación gratuita, entre otras, pero la aniquilación
del hábitat natural del hombre fue progresando, de forma lenta pero
constante.
La
orientación de la acción humana hacia la ganancia, y la
subordinación del hombre y la naturaleza a la ley de la máquina,
nos habría conducido a la organización social en la que estamos
atrapados, en la que una parte, importante pero subordinada, “la
economía”, se habría convertido en el todo relevante y la
biosfera y la sociedad en meros apéndices. Esa visión habría
encontrado eco en paradigmas “científicos” como el de la
economía neoclásica.
Aunque
por supuesto, es tan sólo una representación falsa de la realidad.
La cuestión es si seremos capaces de retirar el velo a tiempo para
ser conscientes del orden correcto
El
nuevo paradigma, la nueva forma de organización e integración
social, que nosotros hemos llamado el
bienvivir,
aunque posee muchas aristas que debemos ir definiendo, podría ser
representado por esta segunda imagen, donde la economía, el
individuo, la sociedad y la biosfera se relacionan de forma armónica,
asumiendo los límites reales de cada uno de los subsistemas, en
lugar de comportarnos “como sí” dichos límites no existieran.
El
certero y premonitorio análisis de Polanyi nos permite extraer
algunas generalidades que deberíamos tener en cuenta:
-
La mercantilización del medio natural se funda en el móvil de la
ganancia, pero no es tan fácil fundar la conservación sobre este
móvil. En el pasado, según Polanyi, fueron las relaciones y
derechos sociales (prestigio, obligación, civismo, entre otros) las
que creaban la motivación para la acción. Aunque parezca utópico,
habrá que evolucionar hacia algo parecido. Si miramos bien veremos
muchos comportamientos a nuestro alrededor cuya motivación no puede
reducirse a la simple crematística. Un ejemplo: este blog.
-
La mercantilización del ser humano se funda en la ruptura de la
distinción entre el principio de uso y el de beneficio. Polanyi
insistiría en un libro posterior, El sustento
del hombre, en la antigua prohibición del
regateo sobre el precio de los productos básicos. En La
Gran Transformación cita a Aristóteles
para señalar como este distinguía entre la producción para uso
propio, para distribuir entre el grupo cerrado – el oikos o
casa griega- y los excedentes destinados al mercado. El ser humano
sólo puede quedar a merced de las leyes del mercado en cuanto se ha
eliminado su capacidad de producción para uso propio (En este punto
nos gustaría insistir que no sostenemos que el hombre, en la
actualidad, se encuentre completamente a merced del mercado –aunque
habría que preguntarle a
las
700.000 familias
españolas
sin
ingresos-.
Este es el ideal de la filosofía liberal, pero ha sido matizado por
innumerables leyes, que precisamente por su carácter político están
continuamente sometidas a revisión y son fuente de conflicto y lucha
de intereses).
-
En un texto posterior Aristóteles descubre
la economía, Polanyi critica el concepto de
necesidades ilimitadas. Para Aristóteles, una vez cubiertas ciertas
necesidades, la escasez procede del lado de la demanda. Esto nos
sugiere que la satisfacción de las necesidades tiene mucho que ver
con el contexto institucional, y con valores como el ideal de vida
buena de una sociedad. Esto abre una fecunda vía de exploración,
que ha sido en parte recorrida por autores como Manfred Max-Neef, que
han establecido una categoría universal de necesidades humanas, si
bien los satisfactores dependerían de factores culturales e
institucionales. Este conocimiento nos permite desmaterializar la
satisfacción de gran parte de las necesidades humanas, a través de
un Desarrollo
a escala humana.
¿Cómo
articular estos principios generales en un programa de cambio hacia
ese nuevo paradigma, ese bienvivir? Para nosotros el concepto clave
es la autonomía, término que tomamos de Cornelius
Castoriadis
¿Partiendo del reconocimiento de la mutua interdependencia del ser
humano con sus semejantes y con el resto de seres vivos, tiene
sentido reclamar en las presentes circunstancias este concepto?
Dependemos unos de otros, así que la autonomía sólo puede ser ese
espacio instituido socialmente, entre todos, en el que se le da a
cada individuo libertad de acción. Debe incluir, necesariamente, la
participación en la elaboración de la ley por la que deberá
regirse, y el derecho a participar en los costes y beneficios de la
producción, por encima de cualquier racionalismo económico que
pretenda limitar su participación a causa de las exigencias de un
mercado de trabajo.
La
autonomía proporciona el marco para la innovación social, donde
vayan germinando las nuevas prácticas sociales, que privilegien el
acceso y el uso frente al acaparamiento, la satisfacción de las
necesidades por medios inmateriales (cuando ello sea posible) y el
cuidado y mejora de los bienes comunes, además de proporcionar
incentivos para fundar la acción en móviles distintos al beneficio.
Dado que esto tendería también a favorecer la producción para el
consumo propio y de carácter local, se vería también reforzada la
resiliencia.
Si
bien Polanyi no sugiere medidas concretas, un proyecto político que
tomase en consideración las implicaciones de su obra debería
concluir que necesitamos una ruptura radical en los mercados de
tierra (recursos naturales), trabajo y dinero, las tres mercancías
que Polanyi definió como “ficticias”, dado que no habían sido
creadas para su venta. La sociedad no es más que un subsistema de la
biosfera, adaptarnos a esta última requiere por tanto mejorar
nuestro conocimiento de ella y gestionar los recursos según lo
aprendido, y una buena dosis de prudencia para lidiar con la
incertidumbre. Los mercados de trabajo y dinero son, por el
contrario, creaciones humanas, deben por tanto ser democratizados. El
proceso en su conjunto debe entenderse como una ampliación de
derechos de los individuos, y sería favorecido con las siguientes
medidas:
SOLUCIONES:
Comprender
y redefinir
las necesidades
de individuo
y sociedad
Durante
los últimos 200 años se ha producido un crecimiento acelerado de la
población que ha sido acompañado de un crecimiento aún mayor de la
producción que algunos denominan crecimiento económico, aunque no
sea necesariamente así. Podemos considerar legítimamente que este
es el estado “normal” de las cosas y que, por lo tanto, debe y
puede continuar de manera indefinida. Lo cual, no sería más que una
simplificación de nuestra historia o, peor aún, una falsificación
de la misma.
No
obstante, la idea de progreso está firmemente fijada en nuestras
mentes y asociada a la economía, aunque sea un concepto de origen
religioso. Es una de esas palabras que parecen ir siempre adherida a
otra, como un hermano siamés, en nuestro caso a la tecnología,
progreso tecnológico, que es la piedra sobre la que se levanta la
iglesia del crecimiento ilimitado.
La
economía parece permearlo todo, de forma que todo parece tener que
pasar por el cedazo del imperialismo económico. Es normal considerar
casi cualquier cosa desde este punto de vista, utilizando los
instrumentos de la economía para su análisis. Así en el famoso
libro Freakonomics, Steven Levitt y Stephen Dubner la
proclaman como “la exploración del lado oculto de todas las
cosas”. Mires por donde mires hay un aspecto económico relevante.
Tal situación no es en absoluto sorprendente, a diferencia de otras
ciencias que se definen por su campo de estudio, el paradigma
neoclásico define la economía por su método de estudio, por
ejemplo la clásica definición de Robbins: “La economía es la
ciencia que analiza el comportamiento humano como la relación entre
unos fines dados y medios escasos que tienen usos alternativos”.
Pero cuando uno tiene un martillo acaba viendo clavos por todas
partes.
Así
las cosas, el crecimiento de la producción se ve como algo necesario
e imprescindible y, en consecuencia, ni se cuestiona. Tal vez, sea el
único punto en común de las más variadas y distantes posiciones
ideológicas, enfrentadas en todo menos en su fe en el crecimiento
sobre la base del progreso tecnológico.
Sin
embargo, el crecimiento de la producción indefinido no es posible en
un entorno ecológico que no crece y que se encuentra en un estado
cuasi estacionario. A diferencia del imperialismo económico que
proclama que todo ha de ser visto desde el punto de vista económico,
la realidad nos dicta que nuestro planeta es un sistema termodinámico
cerrado, sin apenas intercambio de materia con su entorno y con un
flujo de energía de baja entropía que proviene del Sol que es
estable, a escala de tiempo humana, y disperso. Lo que no es más que
afirmar que la economía está lejos de ser el todo relevante y que
no es más que un subsistema ecológico y no puede crecer más allá
de sus límites. En realidad no puede alcanzar esos límites pues los
servicios prestados por el capital natural son imprescindibles para
el mantenimiento de la vida humana.
Nuestra
realidad es que el crecimiento de la producción se realiza en grave
detrimento del capital natural, lo que se ha venido en definir como
crecimiento antieconómico. Cuando el crecimiento de la producción
provoca más costes que beneficios, a nivel microeconómico existe
una regla de parar, el beneficio marginal desaparece por añadir una
unidad más a la producción y cada unidad adicional nos sitúa en
peor posición. Por desgracia, a nivel macroeconómico no existe nada
comparable, contabilizamos nuestro crecimiento en una única partida
de actividad económica suponiendo que por regla general sus
beneficios son abrumadoramente superiores a los costes en que
incurrimos, por lo que ni siquiera merece hacer cuentas separadas. En
otras palabras a nivel macroeconómico no existe un concepto tan
“económico” como la escala óptima, no hay regla de cuando
parar.
Se
preguntará el lector cómo es posible tal paradoja, Herman
Daly
(1999) nos
lo
explica
con
meridiana
claridad:
¿Por qué está sencilla extensión de la lógica básica de la microeconomía es tratada como inconcebible en el dominio de la macroeconomía? Principalmente, porque la microeconomía trata de la parte y, la expansión de la parte está limitada por el coste de oportunidad que infringe al resto del todo el crecimiento de esa parte bajo estudio. La macroeconomía trata del todo y, el crecimiento del todo no infringe costes de oportunidad, porque no existe “el resto del todo” que sufra el coste. Los economistas ecológicos han señalado que la macroeconomía no es la parte relevante del todo, es en sí misma un subsistema, una parte del ecosistema, la naturaleza es más grande que la economía.
Son
en realidad los problemas económicos los que tienen que ser vistos
también con los ojos y los instrumentos de la física, química,
antropología, historia, biología, etc para darles un contexto
adecuado y la real dimensión que tienen, en lugar del efecto túnel
que nos provoca el paradigma neoclásico.
Este
efecto túnel es patente en la medición del bienestar a través de
una variable de flujo como es el PIB o el PNB. Debemos tener muy
presente que el bienestar es proporcional a la riqueza, que es una
variable de stock. Si queremos aumentar la riqueza debemos aumentar
el flujo de producción, pero ese aumento lleva asociado unos costes
que soporta el capital natural pero que el PIB simplemente no
contabiliza o los contabiliza como una actividad económica
“positiva”. Por ese motivo Kenneth Boulding denominaba al PNB
como Coste Nacional Bruto. Como explica Daly más allá de cierto
punto los beneficios de aumentar el stock, es decir, transformar
capital natural en capital hecho por el hombre, no compensan los
costes que provoca el flujo.
El
paradigma neoclásico nunca se enfrenta a ese problema, simplemente
considera que el capital producido por el hombre es sustitutivo del
capital natural. Como llegó a afirmar Robert Solow (1974):
si es muy fácil sustituir los recursos naturales por otros factores, entonces en principio no hay problema
Tal
vez, en principio, cuando los recursos son abundantes, estamos en un
mundo vacío, podemos ignorar los costes y continuar transformando,
que no produciendo, recursos naturales en productos y servicios para
nosotros además de generar residuos. Pero los recursos no son
inagotables y algunos de ellos no son meros stocks a la espera de ser
transformados, sino que son sistemas complejos e interconectados que
proporcionan servicios necesarios para el mantenimiento de la vida.
Además vivimos en el mismo lugar donde se vierten los residuos, algo
que algunos parecen olvidar.
Podemos
afirmar que Solow defiende una economía del Cowboy similar a un
ecosistema joven, que definimos con palabras de Daly (1999):
Los ecosistemas jóvenes (y las economías cowboy) tienden a maximizar la eficiencia productiva, esto es, el ratio entre el flujo anual de biomasa producida y el preexistente stock de biomasa que la produjo.
Por
el contrario, las economías astronautas, que habitan un mundo lleno,
son como un ecosistema maduro y estable:
Los ecosistemas maduros (y las economías astronauta) tienden a maximizar el ratio inverso entre el stock de biomasa existente y el flujo anual de biomasa que mantiene el stock. Este último ratio aumenta cuando la eficiencia del mantenimiento se incrementa.
Como
no disponemos de recursos materiales y energéticos ilimitados y
tampoco de sumideros de residuos que no nos afecten negativamente,
nuestra única política posible es mantener el stock de capital
natural y el transformado por el hombre, el realmente útil para
nosotros, y minimizar el flujo de producción. Esto es diametralmente
opuesto a todo lo que hacemos o se nos propone que debemos hacer para
alcanzar mayores cotas de bienestar ..."antieconómico"
para la inmensa mayoría.
El
capital natural es visto por el actual paradigma económico como una
fuente de materias para transformar, aunque lo llamen producción.
Sin embargo, proporciona servicios que son vitales pero que
desgraciadamente no tienen mercado y por ello no son valorados,
desaparecen de la ecuación, lo que no se cuantifica en dinero no
existe. Por ejemplo, un bosque no es sólo fuente de madera para la
industria, también tiene importantes funciones como bien público,
sin querer ser extensivo citemos algunas: a nivel local evita la
erosión de suelo y las inundaciones; a nivel regional sirve de
cobijo y cría a especies animales y; a nivel global es un sumidero
de C02. Aunque todas esas funciones son valiosas el mercado no las
valora. El principal problema es que esos servicios no permiten el
ejercicio claro de derechos de propiedad y el flujo de madera sí.
Todos los incentivos económicos se dirigen a la explotación del
recurso (stock) en su aspecto de flujo y se olvida completamente su
componente de fondo como prestador de servicios. Aunque sean vitales
y crecientemente escasos, nada en nuestro sistema económico está
preparado para lidiar con el problema. Añadir un problema adicional
que también debe soportar el bosque citado en nuestro ejemplo. Los
niveles de decisión que afectan al bosque, su explotación maderera
y los diferentes servicios que presta son completamente diferentes y
tienen intereses contrapuestos difíciles de conciliar, especialmente
si añadimos la existencia de un nivel de decisión
intergeneracional.
El
problema es, como decía Bar Materson, que todos recibimos la misma
cantidad de hielo (bienestar); pero los ricos en verano (económico)
y los pobres en invierno (antieconómico). Incluso algunos de los que
reciben hielo en invierno se ponen del lado de los que lo reciben en
verano con la esperanza de que ellos algún día lo reciban también
en esa estación. Como John Ruskin anticipó, “Lo que parece ser
riqueza podría ser, en verdad, sólo el dorado indicio de la ruina
absoluta...”
El
primer paso para revertir
esta situación es que
el gobierno abandone como
objetivo de su política
económica el crecimiento
de la producción, y
adopte el objetivo de
mantener y mejorar tanto
el capital natural como
el creado por el
hombre. Podemos ver un ejemplo concreto con el caso de la
vivienda. Los españoles tenemos la necesidad de un techo, y en
España había en 2013 más de 26 millones de viviendas. Si pensamos
en términos de satisfacer esta necesidad, y no en el de dar trabajo
a la gente, una política adecuada sería intentar aumentar el ratio
de ocupación, dado que en España hay 3,4 millones de viviendas
vacías. Esto nos ahorraría un coste considerable, en preciosos
recursos, energía y materiales, y en trabajo (que se reflejaría
convenientemente en un descenso del PIB), dado que podríamos
ahorrarnos construir las 35.000 viviendas que iniciamos ese mismo
año. Por otro lado, el objetivo de mejora del capital existente se
reflejaría en mejorar El stock de viviendas construidas para reducir
su consumo energético y sus costes de mantenimiento. El mismo
principio podría aplicarse al capital natural, como por ejemplo
nuestras costas y las pesquerías.
Aplicando
esa política seriamos más ricos, y no menos, como estúpidamente se
afirma, dado que no tendríamos más viviendas vacías, pero sí
mejores viviendas y recursos de más calidad para el futuro, y
también para el presente, ya que no destruimos, por seguir con el
ejemplo anterior, los servicios que presta un bosque con la
construcción de más viviendas. Quizás nuestro crecimiento es ya
antieconómico, no así el de los países menos desarrollados, que
necesitarían más capital transformado por el hombre, para mejorar
las condiciones de vida de una parte de su población. Necesidades
que les será más complicado cubrir, dado el creciente deterioro del
capital natural.
Gestionar
prudentemente los
recursos
La
gestión de los recursos naturales es un aspecto fundamental si
consideramos que lo que conocemos por proceso de producción se trata
en realidad de un proceso de transformación de los recursos
naturales (baja entropía) en bienes y servicios destinados a los
seres humanos, en función de su dotación de riqueza y renta,
generando a su vez residuos (alta entropía).
En
el apartado anterior abogamos por una política de minimización de
flujo y maximización del capital como la vía para mantener un
equilibrio entre nuestras necesidades y la capacidad de nuestro
entorno de mantener no sólo la vida, sino una sociedad con un
bienestar razonable para las generaciones actuales y para las
generaciones futuras. En este apartado profundizaremos cómo
enfrentarnos a esa gestión y cuáles son las diferencias con el
enfoque dominante, que desde nuestro punto de vista es
fundamentalmente erróneo.
Lo
primero que hay que señalar es que la gestión de recursos involucra
no pocos aspectos de carácter normativo, decisiones políticas si lo
prefieren, sobre la base de elecciones éticas. Es importante, en
nuestra opinión, resaltar este aspecto ya que la economía
neoclásica se atribuye una cualidad de ciencia dura libre de
valoraciones ideológicas que es no sólo falsa, sino engañosa, ya
que reviste sus consejos de un aura de objetividad de la que carece.
No
obstante, debemos señalar que los límites físicos no son
debatibles salvo que falsemos las teorías científicas que los
sustentan. Las teorías ciertamente están a la espera de ser
falsadas (Popper), lo que no implica que dejen de ser necesariamente
teorías efectivas, por eso seguimos utilizando la mecánica
newtoniana. Requiere no sólo falseamiento, sino que resulten
invalidadas para aquello para lo que las aplicamos. Por ejemplo, la
mecánica newtoniana es inválida para calcular nuestra posición
mediante un sistema de satélites como el GPS.
Los
recursos naturales se pueden clasificar en renovables y no
renovables, sin embargo, no agota las posibles clasificaciones. Por
ejemplo, la clasificación en recursos abióticos (no biológicos) y
bióticos (biológicos) es de gran utilidad para su estudio. Los
recursos abióticos pueden ser no renovables y no reciclables,
esencialmente los combustibles fósiles, o se trata de recursos
prácticamente indestructibles. Los recursos bióticos se
caracterizan por tener una doble vertiente, proporcionan por un lado
un flujo de recursos para su transformación (p.e. madera) y
servicios esenciales para la vida (absorción de C02, evitan la
erosión de los suelos, permiten el desarrollo y mantenimiento de la
diversidad biológica, etc.).
Los
minerales y los combustible fósiles son esencialmente diferentes
porque los primeros son reciclables y diferentes generaciones pueden
hacer uso de ellos, son rivales para la misma generación pero no
rivales entre generaciones, y los combustibles fósiles una vez
utilizados como fuente de energía no se pueden reciclar, son rivales
siempre, si yo los uso no los puedes usar tú, ni tampoco nadie en el
futuro, a diferencia de los minerales. Precisar que la rivalidad es
una característica exclusivamente física. Evidentemente el
reciclaje requiere energía, si no disponemos de ella, el reciclaje
se desvanece.
El
agua, tal vez el recurso natural más importante, es el más difícil
de clasificar. Los acuíferos son similares a los minerales, mientras
que las aguas superficiales casi se pueden considerar recursos
bióticos, pues tienen la doble vertiente de flujo y de fondo que les
caracteriza. Sin embargo, no puede ser destruida, como sí ocurre con
los recursos bióticos. Sí que puede ser contaminada lo que le resta
valor especialmente como fondo que proporciona servicios.
Los
combustibles fósiles como fuentes de energía primaria tienen para
la sociedad industrial una importancia extraordinaria,
aproximadamente el 85% de la energía que consumimos proviene de esta
fuente. La cuestión esencial en torno a ellos es la capacidad que
tenemos para recuperarlos en sus yacimientos geológicos, de forma
que nos sean útiles para transformar otros recursos naturales en
bienes y servicios. En el límite un recurso energético no es
recuperable cuando cuesta más obtenerlo, en términos energéticos,
de lo que aporta. La tecnología puede proporcionar métodos para
reducir el coste energético, sin embargo, esos métodos, como
cualquier otra cosa, están sometidos a límites irreductibles; por
ejemplo, al menos cuesta 9,8 julios de energía elevar 1
kg
un
metro
de
altura
sin
importar
cuál
es
la
tecnología
que
usemos.
La
tecnología puede compensar hasta cierto punto los costes, pero como,
por regla general, agotamos primero los mejores recursos, de más
baja entropía, el resultado a largo plazo es un descenso de la
energía neta que nos proporcionan los combustibles fósiles. Ese
declive está comprobado y es irreversible.
Además,
la utilización de combustibles fósiles genera residuos, y ese
impacto reduce el total de energía que disponemos, de una forma u
otra, cuando se supera la capacidad de absorción de los recursos
bióticos. Compensar el impacto requeriría energía, aunque no es
común hacerlo. Si no lo compensamos, afecta a los ecosistemas que
captan y transforman energía solar en bienes y servicios
imprescindibles para la vida, reduciendo esa capacidad de
transformación, lo que nos obliga a utilizar más energía para
compensar la pérdida, sin ganar nada. Desde el punto de vista
económico esta situación genera mayor actividad, aunque sea un mero
paliativo de los males que hemos desencadenado y, por lo tanto,
aumenta el crecimiento del PIB. Confundimos costes con beneficios
sumándolos todos en la misma partida o considerando los beneficios,
sin contabilizar previamente los costes.
Los
recursos bióticos son más difíciles de analizar porque partimos de
una ignorancia muy elevada sobre los mismos, ya que forman parte de
sistemas ecológicos increíblemente complejos y dinámicos. Los
niveles de incertidumbre, no confundir con probabilidades
esterilizadas de un casino, o de pura ignorancia, hacen que cualquier
gestión de los mismos deba estar presidida por un prudencia extrema,
casi paranoica, ya que los servicios que proporcionan sustentan la
vida en nuestro planeta. Cuando te enfrentas a problemas con un
elevado grado de incertidumbre, con propiedades no lineales, y las
intervenciones naíf pueden provocar pérdidas catastróficas, que
permanecen ocultas durante un tiempo más o menos prolongado, y sólo
proporcionan unos beneficios limitados aunque visibles a corto plazo,
la prudencia debería ser la regla de oro. La forma de tratar la
incertidumbre es en último término una elección puramente
normativa, una elección que realizamos en atención a nuestro
desconocimiento esencial que no accidental del sistema ecológico.
La
estructura ecológica está formada por los individuos y comunidades
de seres biológicos, así como los recursos abióticos. Estos
elementos forma un sistema complejo y complejizante donde el todo es
más que la suma de las partes y, donde es habitual un comportamiento
no lineal, por lo que no podemos predecir en absoluto los efectos
globales sobre la base de nuestro conocimiento parcial de ciertas
partes o subconjuntos. De esas interacciones surgen, como fenómenos
emergentes, funciones ecológicas como el ciclo del agua.
Podemos
clasificar los recursos bióticos en: recursos renovables; servicios
ecológicos; y capacidad de absorción de residuos. Lo esencial es
que aunque se puedan estudiar por separado forman un sistema
complejo, por lo que lo que puede parecer una afección
insignificante de la estructura (los recursos tratados como flujo
para su transformación) puede tener efectos mucho más importantes
en los servicios o en la capacidad de absorción de los residuos. Los
recursos renovables tienen lo que se denomina capacidad de carga, más
allá de ella empiezan a degradarse afectando al sistema en su
conjunto. Sin embargo, debemos abandonar la idea de poder cuantificar
de forma estática esa capacidad de carga, que está influida e
influye en los otros aspectos de sistema. La idea naíf de que vamos
a dar un precio a las posibles “externalidades” para igualar el
coste social y privado es totalmente absurda por dos motivos:
primero, requiere un planificador omnisciente; y segundo, la idea de
la existencia de un planificador cohabitando junto al mercado,
entendido como mano invisible que opera de forma automática para
alcanzar el equilibrio óptimo, en el sentido de Pareto, son
totalmente incompatibles. No es más que la reedición de los
epiciclos del sistema Ptolemaico. Primero, ignoras los recursos y su
transformación, que siempre genera residuos y, a continuación, los
calificas como externos a tu modelo. Si tu modelo pretende
representar un animal sin boca ni ano tienes un serio problema de
comprensión de la realidad.
El
paradigma neoclásico afronta la gestión de los recursos desde el
punto de vista del mercado como asignador eficiente. Sin embargo, es
bien conocida la existencia de los fallos de mercado, por ejemplo, un
monopolio natural debido a las altas barreras de entrada es un caso
arquetípico de supresión de la competencia. Pero existen más
fallos de mercado que afectan de forma crucial a la gestión de los
recursos naturales. Se considera que existe un fallo de mercado
cuando no existen instituciones que establezcan, definan e impongan
derechos de propiedad o por sus características no haya la
competencia que requiere el mercado. El mercado necesita derechos de
propiedad bien definidos y que los bienes sean rivales, que el
consumo o uso por parte de alguien excluya su consumo o uso por parte
del resto, es lo que se define como rivalidad. Ninguno de los
recursos naturales cumple con ambas condiciones, y además existe el
factor temporal, que empeora la situación al considerar a las
generaciones futuras. El ejemplo típico de la falta de definición
de los derechos de propiedad es la “tragedia de los comunes”
aunque los “commons” eran una propiedad colectiva perfectamente
regulada, totalmente alejada de cualquier “tragedia”. En
realidad, se refiere a los recursos con libre acceso, por ejemplo la
pesca, donde no existen instituciones que puedan imponer unos
derechos de propiedad definidos. La tragedia significa que las
decisiones individuales basadas en el propio provecho no producen el
bien común, sino todo lo contrario.
Es
importante destacar lo que ocurre cuando existe un conflicto entre
los mercados y los bienes públicos, aquellos en los que no puede
haber exclusión y no son rivales. Siguiendo un ejemplo de Daly y
Farley (2004) consideremos la situación en la que aparceros
brasileños son expulsados de las tierras donde trabajan en productos
para el mercado local por el terrateniente, que piensa dedicar sus
tierras a la explotación de un producto como la soja destinado al
mercado internacional y que es altamente mecanizable. La mejor opción
disponible es convertirse en colonos en la Amazonía, donde talarán
un trozo de tierra, vendiendo la madera y, posteriormente, se
dedicarán a su explotación agrícola. Ambas actividades son de
mercado y pueden ser cuantificadas por su valor monetario y
descontadas a su valor actual. Sin embargo, los servicios producidos
por la selva amazónica a nivel, local, regional y global, son bienes
públicos sin mercado, no tiene valoración. Existen intentos de
cuantificación, sin embargo, son vanos pues el valor asignado
depende de nuestros conocimientos limitados y, lo que es peor, son
una función no-lineal que depende de cuantos sean los desplazados
para calcular su impacto. Desconocemos el punto a partir del cual las
consecuencias pasan a ser catastróficas, sólo podemos saberlo en
retrospectiva. Desde el punto de vista del colono su comportamiento
vendiendo la madera y cultivando la tierra es completamente
consistente con un comportamiento económico estándar. Desde el
punto de vista global, las pérdidas, aunque no cuantificadas,
superan con mucho el beneficio individual, pero no hay mecanismos que
permitan la compensación. El choque de los bienes públicos con el
mercado nos conduce a una situación de empobrecimiento por
destrucción del capital natural. Desde el punto de vista económico
se reflejará en un aumento del PIB.
El
problema es muy grave, pues no se asignan y proveen eficientemente
los bienes a los que no son aplicables las condiciones de mercado
como es el caso de los servicios que proporciona el capital natural.
La despreocupación hacia estos bienes y servicios proviene de la
hipótesis de sustituibilidad entre el capital hecho por el hombre y
el capital natural. Cuando un recurso escasea, aumenta su precio,
estimulando la innovación y su sustitución. Las pruebas de ese
mecanismo son numerosas en los últimos 200 años, de lo cual se
deduce que funciona. Hay dos problemas básicos que nos debemos
plantear. Primero, lo que Nicholas Nassim Taleb denomina confundir la
ausencia de evidencia con la evidencia de ausencia: basta un cisne
negro para desmentir la proposición “todos los cisnes son
blancos”, innumerables confirmaciones anteriores no sirven cuando
descubrimos un cisne negro. Segundo, si los bienes que escasean o
comienzan a escasear no cumplen con las condiciones de mercado no
tienen precio, por lo tanto, no hay ningún signo de aviso. Como
dichos bienes y servicios han sido tan abundantes durante gran parte
de los últimos 200 años se deduce que lo van a seguir siendo para
siempre, la hipótesis del mundo vacío. La economía neoclásica
trata con escaseces particulares, pero subyace la hipótesis de la
abundancia general gracias al progreso tecnológico.
El
paradigma neoclásico reduce los fallos de mercado a un problema de
externalidades, en el que los costes o beneficios privados no
coinciden con los sociales. En realidad la denominación de
externalidad es totalmente inadecuada ya que son inevitables e
internas al proceso de producción (transformación). La solución
universal es asignar derechos de propiedad para igualar esos costes,
siendo innecesaria la intervención del Estado más allá de
garantizar e imponer el respeto a los derechos de propiedad. Ya hemos
comentado que no siempre es posible asignar esos derechos o
imponerlos, pero a efectos dialécticos vamos a conceder que es
factible. De acuerdo con el teorema de Coase desde el punto de vista
social es similar conceder un derecho, por ejemplo, al aire limpio
que un derecho a contaminar ese mismo aire, ambas soluciones
conducirán a una solución idéntica, siempre que no haya costes de
transacción y sepamos valorar cuales son los daños infringidos a la
propiedad (externalidades negativas).El teorema supone que ambas
partes tienen la capacidad de pagar, lo que frecuentemente no suele
ocurrir, además suele ser imposible determinar los daños y los
costes de transacción porqué involucran a una gran cantidad de
agentes. Podemos afirmar que las hipótesis del teorema son
completamente irreales y, además, subyace que considera plausible
conceder el derecho a contaminar Puede parecer que políticamente la
regla de quien contamina paga representa una elección normativa,
pero es sólo una apariencia. Por ejemplo, los países ricos se
arrogan el derecho de contaminar los países pobres que utilizan como
vertederos de sus residuos.
Sin
embargo, el problema más grave para la gestión de los recursos es
que para que cualquier mercado funcione todos los interesados deben
poder participar. En el caso de los recursos las generaciones futuras
tienen indudable interés, pero no tienen capacidad de participar. Si
postulamos que las generaciones futuras tienen derecho al
mantenimiento de los ecosistemas que proporcionan los servicios
imprescindibles para el mantenimiento de la vida, significa que
debemos invertir en recursos renovables a medida que agotamos los
recursos no renovables y, evitar o compensar el deterioro que estos
producen en el suministro de los servicios naturales que su
explotación supone. Lo anterior evoca a la renta de Hicks, que es
sostenible por definición, en
palabras
de
Daly
(2008):
...la máxima cantidad que una comunidad puede consumir en un año, y ser todavía capaz de producir y consumir la misma cantidad el año siguiente. En otras palabras, la renta es la máxima cantidad que se puede producir manteniendo la capacidad productiva (capital) intacta. Cualquier consumo de capital, hecho por el hombre o natural, debe ser sustraído en el cálculo de la renta. Asimismo, debe abandonarse la asimetría de añadir al PIB la producción de los anti-males sin, en primer lugar, haber sustraído la generación de los males que han hecho los anti-males necesarios. Señalar que el concepto de Hicks de renta es sostenible por definición. La contabilidad nacional, en una economía sostenible, debería intentar aproximarse a la renta hicksiana y abandonar el PIB.
Una
vez más, retomamos el concepto de la economía astronauta, que
maximiza el stock de capital minimizando el flujo, justo lo contrario
de lo que hacemos. En el caso de los recursos el citado
comportamiento es equivalente a administrar una empresa con criterios
de liquidación. El principio rector absoluto en un entorno de
incertidumbre es la prudencia, pues acciones que pueden ser
beneficiosas de forma limitada, pero inmediata, pueden esconder
perdidas catastróficas que permanecen ocultas a corto plazo y sólo
se manifiestan a largo plazo.
Las
asunciones básicas del paradigma neoclásico son: maximización del
interés propio; y el criterio de Pareto como un sistema “objetivo”
de asignación. Con esas premisas los intereses de generaciones
futuras se tratan con el instrumento del descuento de flujos para
obtener el valor neto actual y realizar las comparaciones pertinentes
con las alternativas. La citada operación tiene un sesgo contrario a
cualquier criterio de sostenibilidad, cuanto más alto el tipo de
descuento peor, en el sentido de la renta de Hicks antes citada. El
descuento valora sistemáticamente los beneficios y costes futuros
menos que los presentes. 1.000 € ahora tienen un valor mayor que
1.000 € en el futuro, cuando más lejano sea el futuro menor será
su valor presente. La razón es que hay un coste de oportunidad,
puedo invertir 1.000 € ahora con una cierta rentabilidad. Este
criterio del descuento es el que subyace en la regla de Hotelling, no
confundir con la ley de mismo autor, que concluye que en competencia
perfecta el precio de los recursos no renovables debe aumentar
acompasadamente con el tipo de interés de mercado en cada momento.
Sin
embargo, los precios de los combustibles fósiles no muestran el
citado comportamiento. En el caso del petróleo, la serie histórica
muestra, en el largo plazo, una gran estabilidad a precios
constantes. En primer lugar, los mercados de los combustibles fósiles
están lejos de ser un mercado en competencia perfecta. En segundo
lugar, los precios no reflejan la escasez de los recursos en su
estado natural, sino la escasez o abundancia de lo que hemos extraído
que depende de nuestra capacidad de extracción. Como se suele
afirmar respecto al crudo, lo relevante no es el tamaño del barril
sino del grifo. Si tenemos un precio relativamente bajo del recurso
se incrementará su ritmo de extracción, pues la lógica económica
nos indica que la mejor opción es venderlo e invertir el beneficio
obtenido en las alternativas con mayor rendimiento. Además el precio
bajo rompe el estímulo de la sustitución, mediante el uso de
tecnologías alternativas y, por el contrario fomenta las actividades
complementarias, lo que abunda en el agotamiento del recurso.
Las
soluciones al problema de la gestión de los recursos son un reto
complicado. La economía ecológica propone un criterio de
sostenibilidad que se traduce en el mantenimiento del stock de
capital natural lo más intacto posible entre las diferentes
generaciones, como lo era antes de la primera revolución industrial.
Es cierto que la explotación de los recursos no renovables implica
necesariamente el agotamiento, pero aquí la tecnología nos permite
tener sustitutos renovables en los que invertir para legar la misma
capacidad que la que heredamos en el contexto de un desarrollo
económico sin crecimiento del flujo. Sin embargo, el mercado no nos
proporciona, como hemos visto, las señales para esa sustitución.
Para
ello se propone cambiar el objetivo de la fiscalidad de aquello que
más queremos, añadir valor, a lo que más detestamos, el
agotamiento de los recursos. Herman Daly (2008) propone para una
Economía en Estado Estacionario que se corresponde con un planeta
termodinámicamente cerrado lo siguiente:
1. Sistema de fijación de límites máximos e intercambio de derechos mediante subasta para la explotación de los recursos básicos. Límites biofísicos máximos a escala de acuerdo con la fuente o el sumidero que los limite, el que sea el más restrictivo. La subasta captura las rentas de la escasez para una redistribución equitativa. El comercio permite la asignación eficiente para los mejores usos.2. Reforma fiscal ecológica—cambiar la base imponible desde el valor añadido (capital y trabajo) sobre “aquello a lo que se añade valor”, es decir, el flujo entrópico de recursos extraídos de la naturaleza (agotamiento), a través de la economía y, de vuelta a la naturaleza (contaminación). Internalizar los costes de las externalidades así como aumentar los ingresos más equitativamente. Apreciar lo escaso en la contribución de la naturaleza que previamente no tenía precio.
Desde
la visión del crecimiento indefinido tales propuestas son absurdas
ya que limitan el flujo de recursos sin el cual la economía no puede
crecer en términos de PIB, único objetivo efectivo de la política
económica actual. Para nuestra perspectiva son un paso adelante
encaminado a minimizar el flujo de transformación (producción) y
conservar el capital natural y el hecho por el hombre, permitiendo el
desarrollo económico en contraposición al crecimiento. La principal
función de los instrumentos propuestos es permitir que la provisión
de bienes públicos sea la adecuada. En resumen, se trata de que el
subsistema económico encuentre su dimensión óptima en relación al
sistema ecológico, en función de los recursos disponibles, los
límites físicos ineludibles y la tecnología de cada momento.
Democratizar
el dinero
Las
sucesivas crisis financieras del periodo de la globalización han
reavivado, durante los últimos quince años, las críticas a nuestro
sistema monetario. A través de una prolífica serie de libros y
documentales algunos ciudadanos hemos ido conociendo sus
características, la más llamativa de las cuales es la creación,
por la banca comercial, del dinero como crédito, por el
procedimiento de realizar una anotación en la cuenta del cliente,
creando un depósito, en el mismo momento en que se concede el
crédito.
Este
dinero-deuda o dinero-crédito no explica, sin embargo, todo el
proceso de creación monetaria. Como enfatizan los teóricos de una
reciente teoría post-keynesiana, llamada Teoría Monetaria Moderna,
los estados modernos tendrían el monopolio de creación de activos
financieros netos, es decir, monedas, billetes y reservas de la banca
comercial en el banco central. A partir de este punto los teóricos
monetarios comienzan a divergir:
Las
teorías recogidas en los libros de texto señalan que la banca
comercial "multiplica" una serie de veces los activos
financieros netos creados por el banco central. A través de este
proceso de "multiplicación", el banco central controlaría
la creación monetaria, y restringiendo o aumentando la cantidad de
reservas, o fijando su precio, el tipo de intervención, que a su vez
influiría en otros tipos de interés, conseguiría controlar el todo
a través de la parte, incluso aun cuando la parte, los activos
financieros netos creados por el banco central, es tan minúscula
como para oscilar entre el 3 y el 9%.
Por
el contrario, precursores de la economía ecológica como Frederick
Soddy y los economistas post-keynesianos consideran que el dinero es
endógeno, es decir, viene determinado por la demanda de préstamos
de ciudadanos y empresas, y por la habilidad del sistema financiero
para conceder nuevos préstamos, que depende de los préstamos
fallidos anteriores.
Recientemente
esta postura ha cobrado mayor relevancia de cara a la opinión
pública merced
a
un
documento
del
Banco
de
Inglaterra,
en el que entre otras cosas se afirmaba: "En situaciones
normales (tradúzcase por: cuando no hay una crisis), el banco
central no fija la cantidad de dinero en circulación, ni el dinero
del banco central es multiplicado en más
préstamos y depósitos". El multiplicador
monetario es un mito,
la mejor analogía para los bancos centrales no es la del controlador
aéreo, sino la del equipo de bomberos que intenta mitigar los daños
y rescatar a los supervivientes de la catástrofe.
En
realidad, el banco central no fija, ni por aproximación, la cantidad
de dinero en circulación, intenta influir en esa cantidad de dinero
a través de la base monetaria, esencialmente las reservas que los
bancos comerciales poseen en el banco central con las cuales saldan
las operaciones entre ellos. Sin embargo, de acuerdo con la teoría
del dinero endógeno la causalidad es la contraria a la que relata la
fábula del multiplicador, la base monetaria se mueve de acuerdo con
los requerimientos del dinero que crean los bancos comerciales cuando
realizan prestamos, primero prestan y luego buscan las reservas (base
monetaria). Eso implica que el banco central no controla, crea las
reservas necesarias mediante préstamos, si el banco comercial no
puede obtenerlas por otros medios (normalmente el mercado
interbancario donde las entidades se prestan entre ellas). El motivo
por el que el banco central acude, casi siempre, en auxilio de los
bancos, no es sólo para evitar problemas de liquidez en el conjunto
del sistema cuando alguna entidad tiene problemas, sino porque su
objetivo fundamental es el mantenimiento de un determinado tipo de
interés. Si el banco en cuestión no encuentra el dinero en el
interbancario a un tipo determinado y necesita el dinero, se
produciría una escalada de tipos que se transmitiría al resto del
sistema. Por eso el banco central le prestará las reservas al tipo
de intervención fijado. En resumen, la base monetaria se crea a
demanda de la cantidad de dinero en circulación que crean los bancos
comerciales, justo lo contrario de lo que explican los libros de
texto de economía.
En
períodos de crisis, los bancos centrales intentan que el sistema
funcione tal como cuentan los libros, crean base monetaria para
expandir la cantidad de dinero en circulación. Los métodos son
variados, el más importante es el "Quantitative Easing",
que consiste en la compra en el mercado de activos financieros para
aumentar los depósitos de los vendedores, por ejemplo, la
adquisición de bonos a un fondo de pensiones. La venta de los bonos
aumenta su depósito en un banco comercial. Eso implica que aumenta
la reserva de ese banco en el banco central. Visto desde el punto de
vista del banco central la compra de los activos financieros supone
un aumento de sus activos (cuando el banco central extiende un cheque
no necesita tener el dinero, lo crea ex novo, fiat) y la
contrapartida en su pasivo es el incremento de la reserva del banco
comercial donde el banco central ha depositado el dinero que ha
pagado al fondo de pensiones. Esto quiere decir que tienen las
reservas y no necesitan buscarlas, pueden pasar a prestar. El
problema es que la expansión del crédito no sólo depende de la
disponibilidad de reservas, en realidad la disponibilidad de reservas
es irrelevante, el problema es que no tiene a quien prestar para
compensar la destrucción de dinero que supone el desapalancamiento
del sector no financiero, empresas y familias, o los impagos que se
producen. Finalmente lo que sucede es que lo dejan en depósito en el
banco central, por eso se articulan medidas para desincentivar ese
comportamiento, como los intereses negativos que constituyen una
sanción, o lo que es mucho peor, ante la falta de proyectos
rentables se crean nuevas burbujas financieras, que dan una cierta
imagen de recuperación.
Pero
las principales escuelas defensoras de la teoría del dinero endógeno
no llegan a las mismas conclusiones, para los post-keynesianos los
problemas monetarios son políticos, se deben a una mala operación
del sistema, y la solución sería realizar jubileos o quitas de
deuda e inyectar generosas cantidades de reservas o activos
financieros netos en el sistema, a través de la monetización de
cuantiosos déficits públicos.
Para
la economía ecológica el problema es estructural, es el sistema en
sí mismo el que es defectuoso, dado que el dinero es creado de forma
artificialmente escasa, al no crearse el interés de los préstamos,
que debe producirse en el futuro, con nuevos préstamos, o con la
inyección de activos financieros netos a través de déficits del
estado monetizados por el banco central. Ambas soluciones apuntan o
bien al desarrollo de las fuerzas productivas o crecimiento, o bien a
la inflación de activos o la inflación genérica, dado que se han
confundido dos variables que siguen reglas esencialmente distintas:
la riqueza real proporciona los servicios necesarios para el
mantenimiento de la vida y el disfrute de la misma y sigue las leyes
reales que rigen nuestro universo, y su vara medir, el dinero, una
abstracción, no ha sido definido según esas leyes. En palabras de
Frederick Soddy:
Las deudas están sujetas a las leyes de las matemáticas, más que a las de la física. A diferencia de la riqueza, que está sujeta a las leyes de la termodinámica, las deudas no se pudren con la vejez y no se consumen en el proceso de vivir. Por el contrario, crecen en un tanto por ciento por año, por las conocidas leyes matemáticas de interés simple y compuesto [...] Esta confusión que subyace entre la riqueza y la deuda es la que ha hecho una tragedia de la era científica.
No
se trata de un mero problema de regulación del sistema financiero,
ni se puede resolver haciendo propósito de enmienda, tal y como es
habitual escuchar: “hemos visto lo que ha pasado y hemos aprendido
de los errores, ahora lo vamos hacer bien”. El problema es de
carácter estructural. La creación de dinero mediante deuda no
supone que nadie renuncie a consumo presente por el consumo futuro,
el banco al prestar aumenta la capacidad de compra total de la
economía, no es un mero intermediario. Además como su ganancia
depende de los intereses que cobra por ese dinero (derecho de
señoreaje) provoca que sus incentivos se dirijan a aumentar el
crédito, en épocas de expansión, mucho más allá de lo necesario
para las actividades que añaden valor. La consecuencia es la
generación continua y creciente de burbujas financieras que hemos
experimentado los últimos 30 años.
Se
puede mejorar el desempeño de un coche averiado mediante la búsqueda
de la excelencia en la conducción, pero quizás es hora de pensar en
un cambio de coche, tal y como planteó el propio Soddy en 1924:
La emisión y retirada de dinero deben ser potestad de la nación, realizarse en función del interés general, y debe cesar por completo de proporcionar beneficios a las corporaciones privadas. El dinero no debe devengar intereses a causa de su existencia, tan solo cuando es realmente prestado por su legítimo dueño, que lo da al prestatario.Una parte muy importante de la deuda nacional debe ser cancelada y la misma suma de dinero Nacional emitido para reemplazar el crédito creado por los Bancos.Los bancos deben ser obligados a mantener reservas de 'Moneda Nacional' dólar por dólar por cada dólar depositado en ellos, a excepción de los depósitos que están genuinamente 'invertidos', y no están disponibles para ser utilizados como dinero.
No
se elimina el interés, sino sólo la creación monetaria con
interés, mediante una separación estricta entre dinero y crédito.
El dinero privado generalmente es creado con fines de lucro, por ello
se emite con interés, pero en el seno de una comunidad política se
puede crear dinero sin interés, para el interés general, que se
inyectaría a la sociedad a través del gasto público. Los bancos
deberían mantener una reserva de caja del 100%, y actuar realmente
de intermediarios, prestando sólo el dinero realmente ahorrado, que
dejaría de estar disponible para el ahorrador, hasta la cancelación
del préstamo.
El
sistema de Soddy fue posteriormente refinado por los economistas
Henry Simons e Irving Fisher, y más tarde defendido por académicos
de prestigio como Maurice Allais. En el presente Richard Werner,
Kaoru Yamaguchi, Michael Kumhof o Jaromir Benes continúan su defensa
académica, y
se
ha
creado
una
asociación
con
30.000 seguidores
en
Reino
Unido
con el objetivo de difundir entre el público la reforma, y el
parlamento
de
Islandia
se
plantea
su
implementación.
Es una reforma ampliamente conocida y estudiada, realizable con tan
sólo publicar una norma en el B.O.E. Dado que la creación monetaria
es una fuente de lucro considerable, la reforma tendría un efecto
redistributivo muy importante, que Kumhof y Benes denominaron
"dramática reducción de la deuda pública neta", y
"dramática reducción de la deuda privada".
Entre
los aspectos que han oscurecido la reforma se encuentra la mayor
difusión de un sucedáneo posterior de la misma, desarrollada por
economistas liberales, copiando aspectos esenciales de las reformas
de Soddy y Fisher, pero cambiando completamente el sentido. En la
versión liberal se mantiene el coeficiente de caja del 100%, pero la
creación monetaria se encomienda a un factor exógeno, que puede ser
el suministro de oro, u otro mecanismo que cumpla la misma función.
Como de esta forma el suministro de dinero depende de algo
completamente aleatorio, sin relación con la economía real, se abre
una vía para ciclos de inflación, deflación y crisis de deudas de
carácter todavía más devastador que los actuales. En otras
versiones, y ante el temor a los brutales efectos de la anterior
propuesta, se continúa manteniendo el dinero-crédito bancario, y
por tanto el fallo estructural, introduciendo un factor exógeno que
limite la cantidad de créditos que pueden crear los bancos (por
ejemplo, mantener una relación fija con una reserva oro) o bien se
le asigna la misma función de freno y control a un factor endógeno
(la competencia en un mercado en el que se elimina la intervención
de un banco central). Esta visión parte de una concepción
filosófica del mundo incoherente, que olvida que el dinero es como
una commodity, algo que necesitamos todos (como el agua o el aire),
el puente por el que debe pasar cualquier transacción. Al igual que
cualquier commodity, la mayor fuente de lucro no se encuentra en su
uso prudente y eficiente, por el bien de todos, sino en la renta que
se podría obtener de su control y acaparamiento. Hay, por tanto, que
revertir la privatización de la creación monetaria y proceder a su
democratización.
Monedas
para las
necesidades de
la comunidad
Volviendo
a citar a Polanyi, en su libro El sustento
del hombre definía el dinero como un
sistema semántico, equivalente a los pesos y medidas o al lenguaje.
Si es así ¿Qué información nos da? El dinero nos permite
cuantificar de forma precisa la importancia de un objeto o un
servicio en una situación determinada, en la que emplearemos el
dinero por alguno de sus usos, que según la teoría económica
convencional son el de patrón de valor, medio de cambio y depósito
de riqueza. Polanyi añade un uso más, el de pago, pero lo más
interesante es que basándose en la evidencia etnográfica e
histórica, sostiene que los diferentes usos del dinero habrían
evolucionado de forma separada. En lugar de emplear un dinero “para
todo uso”, se habría empleado dineros distintos para cada uno de
los usos. Por ejemplo:
En la antigua Babilonia el dinero era corriente, pero tenía un uso especial: el grano era el fungible más utilizado como medio de pago, para los salarios, las rentas y los impuestos; la plata era empleada universalmente como patrón de valor tanto en el trueque como en las finanzas de productos básicos muchos de los cuales, como equivalentes fijos, se usaban para el intercambio sin dar preferencia a la plata.
Estos
hechos arrojan una nueva luz sobre las teorías del localismo
monetario. Incluso en un sistema monetario en el que hayamos
eliminado la emisión de dinero con interés, y corregido los
principales fallos estructurales del sistema actual, puede ser de
gran utilidad separar las funciones del dinero, de forma que su
función de depósito de riqueza no obstaculice su función como
medio de cambio.
Incluso
en una economía más local, será deseable mantener un cierto
volumen de comercio exterior, para adquirir bienes necesarios que sea
difícil producir localmente, incluidas las materias primas. Para
ello será preciso una moneda acumulable, con un valor estable,
definida según los criterios que hemos detallado en el apartado
anterior. Sin embargo, a nivel local sería posible instituir todo un
variopinto ecosistema monetario, de forma que el medio de cambio
local no dependa de las vicisitudes de la moneda nacional, incluso
aunque esta esté definida ahora sobre bases sólidas. Con este fin
Silvio Gesell, en su obra El orden económico
natural, introdujo el concepto de “oxidación” de la
moneda, o depreciación programada en el tiempo, que incentiva el uso
de la moneda y resta sentido al acaparamiento, de forma que la
función de depósito de riqueza no interfiera con la de medio de
cambio.
Este
tipo de nuevos "ecosistemas monetarios" se podrían
incentivar con unas sencillas políticas públicas que pueden ir
desde una ayuda en su promoción y gestión hasta la propia
participación de la administración pública incorporando las nuevas
monedas en su presupuesto, ya sea a través de su emisión para
financiar una renta básica, el pago a funcionarios o subvenciones,
de modo que provean de financiación pública gratis, como también
mediante la aceptación de éstas en pago de impuestos o adquisición
de servicios y productos públicos como pueden ser proyectos
culturales, instalaciones deportivas, actividades de ocio, etc…
Cabe la posibilidad de dar crédito barato o gratis a proyectos que
de otra manera no lo obtendrían, promoviendo y recompensando otros
valores y modos de vida que no tienen cabida en el economicismo
actual.
La
incorporación de las monedas regionales en los presupuestos de la
administración pública daría una mayor seguridad a las monedas en
su inicio y solucionaría la totalidad de conflictos por problemas de
asignación de recursos desde el gobierno central a las distintas
regiones del país, pues las monedas locales permiten emancipar gran
parte del presupuesto del gobierno central, otorgando una mayor
autonomía en la política a nivel regional y favoreciendo así una
administración pública mucho más cercana.
Una
economía inclusiva
y un
marco para
la innovación
social
Uno
de los temores ante el fin de la economía del crecimiento es que se
produzca
una
Gran
Exclusión.
Uno de los costes de la producción es el trabajo, por fuerza debe
reducirse si la producción disminuye, o incluso si permanece
estacionaria, pero el empleo es para una gran mayoría de población
la única forma de percibir un ingreso que permita una mínima
autonomía personal.
Por
otro lado, la dependencia económica del mercado (o de un estado que
compense nuestra alienación mercantil) hace imprescindible algún
instrumento que nos proporcione autonomía económica personal, (sin
la cual a menudo se ven anuladas las demás libertades cívicas), y
que nos permita además reducir y transformar los procesos
productivos por otros realmente sostenibles sin que esa
“reconversión” tenga como resultado una Gran Exclusión. ¿Cómo
podríamos recuperar autonomía económica frente a esta necesidad de
crecimiento alienante y devastador o ante su inexorable declive?
En
ausencia de los ancestrales bienes comunes para la autogestión,
serán necesarias nuevas formas de empoderar económicamente a las
personas. Todo el mundo debería disponer de alguna alternativa
frente al abandono y la indiferencia propias de un mercado excesivo
en su producción, pero insuficiente para emplear a todos e
insatisfactorio en la forma de hacerlo. Con este fin se manejan dos
alternativas, una Renta Básica de Ciudadanía y una Garantía
Pública de Empleo, para aquellos que son desechados por el mercado.
En la práctica, ambas opciones podrían convivir junto con otros
acuerdos complementarios.
Todo
sistema económico debe repartir los costes y los beneficios de la
producción. Es evidente que una redistribución a través de una
Renta Básica es poco eficiente por el lado del reparto de costes,
mientras que resulta muy favorable en otros aspectos esenciales, en
particular al desligar el problema de la subsistencia del móvil de
la ganancia y del mercado de trabajo. La ineficiencia en la
distribución del empleo no deberían pagarla los ciudadanos
perjudicados por ella.
Para
mejorar el desempeño de la Renta Básica por el lado de los costes,
y siempre que nos encontremos en un marco previo de sostenibilidad, y
no se use simplemente para redistribuir, se podrían aplicar diversas
modificaciones sobre su diseño original, con resultados notables:
Frugalidad:
La Renta Básica ha de ser tan reducida como sea posible, aunque
suficiente para cubrir las necesidades básicas. Una forma de hacerla
todavía más frugal, es abonar una parte en forma de cuotas de
energía/alimentos intercambiables. De esta forma, se da un incentivo
para reducir el consumo propio, pudiendo traspasar los excedentes por
un módico precio, que se obtendría en forma monetaria para su uso
discrecional. Hay que señalar que una vez aplicada la reforma
fiscal, habría un gran incentivo para usar ese gasto discrecional de
una forma compatible con la salud del planeta.
Libertad
para intercambios autónomos
y liberación de tiempo
para progreso personal y
social: La Renta Básica, al ser universal, al contrario
que una renta para pobres, no fomentaría la economía sumergida,
dado que la percibe tanto quien trabaja como quien no. Además,
cuando se propone desde un marco de sostenibilidad, debemos tener en
cuenta que al menos 2/3 de los impuestos deberían recaudarse con
impuestos al consumo del capital natural y a la propiedad, en
particular de la tierra. Esto permite suponer que los impuestos al
trabajo pueden desaparecer, (si no se consiguiese este objetivo, se
podría buscar el mismo resultado con el uso de monedas
complementarias, como hemos explicado anteriormente), salvo quizás
para salarios elevados, por lo que la distinción entre economía
formal e informal desaparece, al menos desde el punto de vista del
trabajador. Esto podría suponer un gran incentivo para complementar
la Renta Básica con trabajos a jornada parcial, o con intercambios
autónomos entre los ciudadanos. Supondría también un fuerte
impulso a actividades de poca o nula rentabilidad monetaria, como la
mejora de bienes comunes y la economía solidaria.
También
permitiría liberar tiempo, dedicando una parte al mercado, pero sin
la angustia existencial de perderlo todo por reducir tu
participación. Incluso las personas que decidiesen trabajar a
jornada completa podrían plantearse tomar un año sabático de vez
en cuando, y las empresas se adaptarían al nuevo marco ofreciendo
contratos de mayor flexibilidad horaria.
La
liberación de tiempo permite evolucionar hacia una sociedad en la
que nuestros verdaderos valores sean protagonistas, en lugar de dejar
que el mercado decida todo por nosotros, poniendo en valor el tiempo
de nuestra vida que no está relacionado con la mera producción y
consumo. Tiempo para la autonomía personal y social, porque esa
autonomía requiere reflexión, aprendizaje y deliberación. Se abre
por lo tanto la posibilidad de una mejora interior del ser humano,
frente al progreso tan sólo material de los últimos siglos.
Permite
cambiar la mentalidad que nos lleva a que cualquier incremento de
productividad se convierta necesariamente en una mayor demanda de
nuevos bienes y servicios, permaneciendo siempre completamente
ocupados en su producción con independencia de su verdadera
necesidad.
Es
conocido el ejemplo del indígena que al recibir como regalo un
machete de fabricación industrial no utiliza esa nueva herramienta
para obtener una mayor recolección, acaparando alimentos y
materiales, sino para disfrutar de más tiempo para sí mismo y para
su vida en comunidad. En nuestro caso una equivocada idea de progreso
centrada en el crecimiento material no sólo impide nuestra
maduración como personas y como sociedad sino que exige una
acumulación devastadora. Aun apostando por una ampliación de
posibilidades de la humanidad, distinta de la conformidad con su vida
y su mundo propia del indígena, esta pasaría por una mejora de
nosotros mismos y de nuestro conocimiento, no por una permanente
infantilización de la vida adulta (abandonada en una actividad
laboral heterónoma y en una forma de disfrutar basada en el consumo
de sensaciones).
En
nuestro modelo económico la única manera de compensar los puestos
de trabajo perdidos por la mejora tecnológica y por los ciclos
económicos es el crecimiento. Todo se hace depender de la emergencia
de nuevo crecimiento económico. La dependencia del crecimiento
infinito lleva a que una y otra vez las mejoras en la eficiencia
energética no alivien la presión sobre el medio ambiente sino que
incluso la incrementen. Sin embargo, como muestra el ejemplo de esas
otras culturas, la "paradoja de Jevons" no es un
determinismo humano sino que tiene un origen cultural. El modelo
económico es un subsistema de la cultura. En la medida en que la
nuestra sea realmente una "sociedad abierta", dotarnos de
una nueva cultura será la premisa necesaria para poder librarnos de
la sumisión economicista de la vida.
Keynes
auguraba que en nuestros días podríamos vivir trabajando unas
quince horas a la semana. Ese es el único keynesianismo que debemos
recuperar, el que el propio Keynes proyectó para nuestro tiempo. Y
lo que falló no fue su predicción sobre los incrementos de
productividad que se darían, sino su predicción política. No
elegimos bien. Probablemente la necesidad de mano de obra aumentará
en algunos sectores económicos básicos como consecuencia de la
crisis energética a pesar del declive económico medio, pero en
cualquier coyuntura podremos elegir el enfoque que daremos a las
mejoras de productividad, y podremos elegir si nos hacemos depender
de un crecimiento infinito o si elegimos otro modelo. No hay un
determinismo sino una responsabilidad. En consecuencia debemos tomar
una decisión sobre este punto crucial para optar por una economía
que no dependa del crecimiento.
Valorar
el tiempo de nuestra vida al margen de las relaciones económicas es
un primer paso imprescindible para poder reivindicar el valor de la
vida misma sobre lo que determine la rentabilidad en el mercado, pero
además conduce a una mejor satisfacción de todas nuestras
necesidades, y es lo que realmente puede ampliar nuestras
posibilidades, como individuos y como sociedad.
Cuidado
y mejora de bienes
comunes: Son necesarios cambios radicales a nivel local,
en el diseño de las ciudades, en la movilidad, y en la producción
local de alimentos. Se podría emplear a aquellos que lleven un
determinado periodo de tiempo percibiendo sólo esta Renta Básica en
estas labores de apoyo a la comunidad, en huertos urbanos u otras
labores necesarias como los cuidados, mejora del entorno natural o
pequeñas infraestructuras. Este trabajo comunitario podría
autogestionarse desde asambleas de barrio, introduciendo de forma
paulatina los principios de la democracia deliberativa que más tarde
describiremos.
Esto
permite definir una política sobre los bienes comunes que
consistiría en la preservación a largo plazo del invaluable
patrimonio natural del que en última instancia depende todo lo
demás. Por otra, con ella se trataría de preservar también la
sostenibilidad y la resiliencia social, recuperando el vínculo entre
nuestro desempeño económico y la naturaleza de la que formamos
parte, así como las relaciones económicas cercanas, entendidas como
una forma de convivencia y no sólo como un intercambio.
El
desarrollo de este tipo de economías permitiría además vincular de
nuevo el coste de producir (en tiempo de trabajo) con la obtención
de recursos económicos. En este terreno debe citarse la obra de
Elinor
Ostrom
y su vasto estudio empírico sobre el gobierno de los bienes comunes.
Álvaro Ramís Olivos nos reseña su pensamiento en
este
artículo
de
la
revista
Ecología
Política:
La tesis fundamental de su obra se puede sintetizar en que no existe nadie mejor para gestionar sosteniblemente un «recurso de uso común» que los propios implicados (1995: 40). Pero para ello existen condiciones de posibilidad: disponer de los medios e incentivos para hacerlo, la existencia de mecanismos de comunicación necesarios para su implicación, y un criterio de justicia basado en el reparto equitativo de los costos y beneficios.La novedad radica en evidenciar que existe una forma colectiva de uso y explotación sustentable de los campos de pastoreo (y los bienes comunales en general) que no está sujeto a la lógica de la tragedia de los comunes. (En referencia a Garrett Hardin).Ostrom muestra que las formas de explotación ejidal o comunal pueden proporcionar mecanismos de autogobierno que garantizan equidad en el acceso, un control radicalmente democrático, a la vez que proporcionan protección, y vitalidad al recurso compartido. Por lo tanto, ante la posibilidad de la sobreexplotación la opción de Ostrom es «incrementar las capacidades de los participantes para cambiar las reglas coercitivas del juego a fin de alcanzar resultados distintos a las despiadadas tragedias» (Ostrom, 2011: 44).La ausencia de propiedad individual no implica libre acceso ni falta de regulación ya que los bienes comunes pueden ser administrados de forma efectiva cuando no son considerados terra nullius y se cuenta con un campo de interesados que interactúan para mantener la rentabilidad sostenible a largo plazo de esos bienes.La clave está en los principios de diseño que se pueden entender como “variables contextuales que tienden mejorar los niveles de cooperación, mientras su ausencia la desalienta.”En definitiva las aportaciones de Ostrom y su escuela superan los análisis convencionales que se mueven bajo categorías binarias que transitan entre lo propio y lo ajeno, lo estatal y lo privado, lo de todos y lo de nadie.
Como
concluye
David
Bollier,
“la tragedia de los comunes realmente debería llamarse la
tragedia del mercado. El
Mercado/Estado es en gran medida incapaz de establecer límites a sí
mismo o declarar que ciertos elementos de la naturaleza, la cultura o
la comunidad deben permanecer inalienables para poder garantizar la
supervivencia de la especie.”
Por
último, y para aquellas infraestructuras o bienes comunes que
exceden los ámbitos comunitarios, se podría crear una Garantía
Pública
de
Empleo,
donde preferentemente se podría emplear a las personas que llevan
mucho tiempo cobrando la Renta Básica y que procedan de comunidades
más pobres, con menos recursos para complementar su renta de forma
autónoma. Como ventaja añadida, este sector
también podría canalizar la aspiración laboral de sus integrantes
hacia actividades que reduzcan el impacto ambiental de la producción,
como el reciclaje, las reparaciones y la oferta de bienes que
minimicen su obsolescencia, (y por tanto el flujo de materiales y
energía), una oferta que podría tener cierta demanda pero que el
mercado tiende a anular porque actuaría contra la renovación de la
rentabilidad en los negocios.
En
resumen, en un mundo completamente acaparado, una Renta Básica
vendría a suplir el ancestral acceso a los bienes comunes necesarios
para subsistir, pero, y a pesar de su carácter asistencial,
implementada de forma realista serviría para ir creando formas de
vida autónoma que no dependan de los excedentes del mercado,
mediante la liberación del trabajo libremente intercambiado y la
construcción y mejora de bienes comunes autogestionados. Por tanto,
esta renta no debería ser concebida como una prestación más hecha
posible por los excedentes del mercado sino como una forma de
compartir universalmente una parte de la producción (suficiente para
la subsistencia digna de todos), porque entendemos que esta nueva
forma de organización social es positiva para el conjunto de
ciudadanos. Garantizar la inclusión económica nos permitiría
desvincularnos de la necesidad de crecer porque las personas ya no
seríamos meros factores de la producción, dependientes de que esta
se mantenga o aumente, sino sujetos de derechos económicos. Estamos
por tanto proponiendo una ampliación de derechos laborales o
productivos, que deberían recogerse en las respectivas cartas
constitucionales de cada unidad política.
Otras
formas de
producir: Iniciativas
en desarrollo
En
la medida en que utilicemos el mercado, este debe verse condicionado
por los verdaderos valores humanos que el frío criterio de la
rentabilidad no puede tener en cuenta. La esclavitud y el crimen
pueden ser rentables, y aun suponiendo que puedan prohibirse y
eliminarse completamente, (cosa que aún no ha ocurrido), estos
ejemplos muestran como el criterio de la rentabilidad es ajeno
al de virtud o simplemente a la idea de un futuro mejor. Así
se explica que nuestro modelo productivo pueda destruir incluso las
bases naturales que lo sostienen. Por ello es necesario que el
mercado se vea condicionado por criterios éticos elegidos entre
todos mediante la deliberación política. El antiguo mercado legal
de esclavos no terminó gracias al propio mercado libre, como es
obvio, sino mediante una decisión política, y nadie duda que fuera
un buen paso para la humanidad a pesar del deterioro que pudo suponer
para algunos beneficios.
Una
de las propuestas que intentan introducir verdaderos valores en el
funcionamiento del mercado es la llamada Economía
del
Bien
Común.
Entre otras cosas, este modelo establece una gradación de incentivos
legales para las empresas de modo que los precios acaben alineándose
con los valores establecidos democráticamente en su Matriz del Bien
Común.
Volviendo
sobre el trabajo de Elinor Ostrom, su estudio sobre El
gobierno de los bienes
comunes no sólo atañe a la gestión de lo que se
considera patrimonio común sino a una forma de gestionar recursos
compartidos por parte de un número limitado de usuarios,
(propietarios o usufructuarios de los mismos), diferente a la gestión
empresarial (cuyo único sentido es la rentabilidad en el mercado).
En este caso los usuarios pueden producir para sí mismos en primer
lugar y decidir hasta qué punto producir excedentes para el mercado,
para libres intercambios o para una comunidad más amplia.
El
problema, claro está, reside en la obtención de los medios
necesarios para esa autogestión. Y en este terreno quizá es donde
más posibilidades podría ofrecer la definición de una política
para la autogestión en base a bienes comunes. Desde la aprobación
de una ley de balance
neto
que nos permita ser prosumidores de energía aprovechando ese bien
común que es el sol (tanto en hogares como en colectivos más
amplios) hasta la concesión de tierras y medios de producción para
la autoorganización a partir de proyectos colectivos que cumplan
ciertos requisitos de seriedad y compromiso.
Otra
forma de llevar esto a la práctica consiste en elegir aquellas
empresas que desde su constitución y en sus estatutos incluyen
criterios éticos o políticos por encima de la rentabilidad. El
ejemplo emergente (y pujante) es el de algunas cooperativas
de
consumo
energético
sin ánimo de lucro que incluso logran basar gran parte de su trabajo
en el voluntariado. También las cooperativas
de
producción
y
consumo
agroecológico
son un buen exponente de esto y quizá el que con más urgencia
necesitamos.
Estas
formas de producción, englobadas en lo que se ha dado en llamar
“mercado
social”,
amplían el número de variables sobre las que podemos influir como
consumidores, (a menudo limitados a una oferta manipulada y a
mercados amañados precisamente por parte de los adalides de la
privatización). Se trata de opciones ya disponibles (que van más
allá de una mera RSC publicitaria) y que por ello permiten hacer
algo útil en favor de un cambio social desde el momento presente.
Dada la urgencia del cambio que necesitamos, creemos que es necesario
aprovechar de un modo inclusivo las diferentes alternativas que se
nos presentan y además explorar otras posibles soluciones que quizá
aún no nos hemos planteado, pero que seguramente surgirán si se
establecen los incentivos adecuados, mediante la serie de reformas
que hemos introducido en los anteriores apartados.
Una
democracia a
escala humana
Polanyi
termina su obra maestra con un alegato en favor de la libertad: La
libertad en una sociedad
compleja, último capítulo de La Gran
Transformación. Para la ideología dominante de nuestra
era, así como la del siglo XIX, que no reconoce la existencia de la
sociedad, y tampoco del poder y la coacción, la libertad se
convierte en un sinónimo de la libre empresa, que debe funcionar sin
trabas, sin ningún tipo de dirigismo estatal. Por el contrario, para
quien reconoce la existencia de la sociedad y del poder de las
instituciones, como ese mercado autorregulador que convirtió al
hombre y la naturaleza en mercancías, la libertad debe ser
instituida, entre todos, para todos, mediante la ampliación efectiva
de los derechos del hombre. Es evidente como entronca esto con el
concepto de autonomía, que debería incluir, junto a las libertades
negativas (de expresión, asociación, jurídicas) el derecho
efectivo a participar en los costes y beneficios de la producción,
por encima de cualquier racionalismo económico.
Posteriormente,
Cornelius
Castoriadis
continuaría sacando las conclusiones de estos hechos. Si la
institución ejerce tanto poder, la libertad debe incluir, al menos
como ideal, el concepto de la autoinstitución, el darse la propia
ley, lo que sólo puede suceder en una democracia deliberativa.
El objetivo de la política no es la felicidad, sino la libertad. La libertad efectiva (no me refiero aquí a la libertad “filosófica”) es lo que llamo autonomía. La autonomía de la colectividad, que no puede realizarse más que a través de la autoinstitución y el autogobierno explícitos, es inconcebible sin la autonomía efectiva de los individuos que la componen. La sociedad concreta, que vive y funciona, no es otra cosa que los individuos concretos “reales.”
La
deliberación no es una panacea, pero es la mejor forma que conocemos
de instituir una democracia que no sea simplemente una agregación de
intereses individuales mediante el voto, sino una búsqueda conjunta
y reflexiva del interés general, y puede ser también un límite y
un elemento de control del principio de la representación, que no
será fácil eliminar completamente en una sociedad compleja.
La
deliberación podría concebirse como una forma de ir mejorando, de
forma pragmática, las prácticas democráticas actuales, a través
de nuevas instituciones, como
el
presupuesto
participativo
de
Portoalegre
o los
sondeos
deliberativos
de
algunos
estados
europeos.
En una sociedad más local y con menos tiempo dedicado al mercado, el
principio de la deliberación puede florecer, de forma que vayan
surgiendo nuevas instituciones, completando y mejorando estos
primeros experimentos, que están comenzando a canalizar la por largo
tiempo reprimida pasión del hombre por el autogobierno y la
autoinstitución.
Cabe
añadir que en el contexto social de nuestros días, masificado,
complejo e interdependiente a una escala nunca anteriormente vista,
Internet puede resultar imprescindible para el cambio cultural que
necesitamos. Como enseña el sociólogo Manuel Castells, la autonomía
personal y social se ven favorecidas por la “autonomía
comunicativa” y por el procomún inmaterial constituido por el
conocimiento compartido. La red se revela como una herramienta clave
para facilitar ambas cosas así como para hacer posible una
participación política flexible, adaptada a las diferentes
situaciones personales, y adaptada a los diferentes ámbitos de
decisión, desde lo local a lo global.
Si
la deliberación es el principio que permite superar la mera
agregación de preferencias individuales hacia un objetivo compartido
de bien común, la participación permite superar la mediación entre
el sujeto y sus preferencias políticas, realizada por el
representante. El sujeto se convierte por tanto en protagonista,
participando en la preparación de la agenda de opciones, en lugar de
limitarse a elegir dentro de una agenda cerrada, lo que en un
contexto de crisis como el actual, donde es necesario la transición
hacia un nuevo paradigma, puede estimular el florecimiento de
soluciones creativas que emanen desde abajo hacia arriba y resulten,
por lo tanto, más congruentes con las aspiraciones reales de las
personas.
Artículo
consensuado por la asociación Autonomía
Y Bienvivir, y redactado por los
siguientes miembros, ordenados alfabéticamente
Manuel
Campos Ruiz, estudiante de 3er curso de Ciencias Económicas.
Alfredo
Carreras Rodríguez, Licenciado en Sociología.
María
Ángeles García Sánchez, Doctora en Ciencias de la Información.
Manuel
Gutiérrez Rodríguez, Arquitecto Técnico.
Javier
Ibarra González, estudios de Ciencias Empresariales.
Jordi
Llanos Mayor, Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales.
Jesús
Nácher Fernández, Ingeniero Superior de Minas.
Oliver
Toro Orozco, Licenciado en Derecho.
Gracias por su alternativa, también sobre el comentario sobre el oro.
ResponderEliminarGracias a ti Sir torpedo,
ResponderEliminarEsperemos que poco a poco se vaya entendiendo
un saludos,
Veo que la cosa va cuajando y que de esa sinergia nacen cosas muy interesantes. Ánimo en el empeño. Un saludo Jesús.
ResponderEliminarBuenas Cazador,
EliminarVeo que has estado un largo periodo inactivo, y por fin has retomado la actividad. Tengo pendiente leer tu artículo sobre la falange y Podemos (como ves hemos estado muy ocupados). A ver si en breve lo hago.
un saludo,
Estoy completamente de acuerdo con vuestra filosofía de decrecimiento. Pero soy profundamente pesimista sobre que pueda ser aceptada en una sociedad educada en las creencias irracionales del crecimiento como único camino, del más es siempre mejor.
ResponderEliminarCreo que a nuestra civilización industrial sólo le espera el colapso, pero creo que vuestras ideas son muy interesantes y pueden ser adoptadas por pequeños grupos pre y post colapso.
Saludos.
Buenas Charly,
EliminarEs necesario un doble movimiento, en caso contrario es díficil que llegue un cambio que no sea traumático. En primer lugar tienen que haber conciencia del problema, está conciencia existe, vemos gente con recursos haciendo freeganismo por pura conciencia, o gente que decide vivir sin dinero durante un año, o tenemos el discurso de Pepe Mújica en Rio+20
Hace falta encauzar eso en unas instituciones que permitan un desarrollo congruente con las aspiraciones de esas personas que individualmente rechazan la forma de vida actual, para eso está nuestra propuesta, en la que te invito a colaborar
autonomiaybienvivir@gmail.com
al final, hay pocas alternativas, si intentamos algo y fracasamos no cambiará mucho respecto a no haberlo intentado, y por el camino intentarlo nos hace felices.
saludos,
Hola, he leído la mayor parte del articulo, reconozco no tener tiempo para leerlo completamente.
ResponderEliminarNo obstante creo haber aprehendido la mayor parte del tema tratado en él.
En algunos artículos de mi blog, trato temas parecidos, aunque de forma mucho mas sucinta y breve que esta entrada. De hecho lo que me ha sucedido leyéndola, es que a verbalizado buena parte de cosas en las que llevo pensando desde hace mucho tiempo, pero no conseguía articularlas en un pensamiento concreto. Lo que propones en esta entrada es el funcionamiento racional de la economía y en general de los quehaceres humanos, una forma racional y científica de gestionar nuestro sistema de vida, algo así como una especie de tecnocracia, pero sin los aspectos negativos que a veces se le ha dado en algunas películas de ciencia ficción, por poner un ejemplo. No se si a nivel global se podría implementar esta forma de pensar y de hacer, porque el mundo es muy vasto y en su mayor parte aun reina la confusión, pero si al menos aquí en occidente se pudiera imponer seria fantástico.
No consigo entender como se puede uno informar o participar del proyecto que me parece habéis puesto en marcha, con respecto al proyecto, si pudieras indicármelo te lo agradecería, un saludo.
Buenas TE ATRAPARE,
EliminarEs una buena definición, en efecto, Por un lado se gestionaría científicamente los recursos, limitando su uso según el conocimiento científico, y por otro se permitiría que la gente libremente asignase esos recursos al uso más eficiente, o que más les interesa.
Puedes informarte en autonomiaybienvivir@gmail.com
un saludo,
Hola, ya he entrado en la pagina " autonomía y buen vivir " estoy visionando unos videos muy instructivos.
ResponderEliminarEs muy probable que escriba al mail que me linkas, de hecho repasando una entrada que escribí hace algún tiempo " responso a la democracia" es asombroso el parecido de mi tesis con lo defendido por lo que leo por aquí. Es evidente que quien escribe en " the oil crash" o tu mismo tiene conocimientos técnicos muy superiores a los míos, pero creo no equivocarme si digo que mi pensamiento coincide mucho con el vuestro. En mi entrada propongo una forma de gobierno, que no se yo si se pudiera articular a la hora de la verdad, me gustaría saber si lo ves factible o si los tiros van por allí.
Gracias por el enlace, os seguiré muy de cerca, pues veo que tengo mucha afinidad con lo que proponéis.
Soy una persona mas teórica que practica, pero ver que hay gente técnica que intenta hacer cosas reales, me motiva y entusiasma, un abrazo y un saludo.
Buenas,
ResponderEliminarEstupendo. Hay detalles por pulir, y lo estamos haciendo poco a poco en el blog. El tema más peliagudo es el trabajo, que es una cuestión que no se puede dejar sólo al mercado, y todavía nos estamos peleando con esa cuestión.
saludos,